Si bien cientos de filmes abordan el régimen nazi, son muy pocos los que describen con acierto aquel pensamiento de Hitler y sus esbirros.
César Belan
Cuando uno piensa en el nazismo en el cine, inmediatamente viene a la mente la propaganda de Leni Riefenstahl o una serie de películas sobre el Holocausto. Cintas como La lista de Schindler (1993) o La vida es bella (1997), constituyen buenos ejemplos de películas rodadas a propósito de aquel siniestro pasaje de la historia. Sin embargo, más allá del despliegue de esvásticas y cruces gamadas, en ninguna de estas obras se puede entrever con claridad las características de una ideología que desembocó en tan monstruosos resultados.
Muchas veces —y a pesar de la calidad de las películas— nos quedamos con una imagen difusa, ambigua y hasta caricaturesca de lo que es el nazismo: una banda de trastornados y crueles sujetos que, en el ápice de la maldad, torturan y exterminan a sus indefensas víctimas sin razones aparentes. Esto, si bien se corresponde con la verdad epidérmica del régimen nazi, solo es la punta macabra de un iceberg que la mayoría desconoce.
Así pues, si bien son cientos y hasta miles los filmes que de una u otra manera abordan el régimen nazi, son muy pocas las películas que pueden describir de alguna manera aquel sistema de pensamiento que sirvió de basamento para el régimen de Hitler y sus esbirros.
Una de ellas es El ogro (1996), cinta alemana dirigida por Volker Schlöndorff —como la mayoría de las películas de su tipo— que es prácticamente desconocida por el gran público. Esta trata de la historia de Abel (John Malkovich), un francés con retraso mental leve, que luego de caer en manos de los alemanes en la guerra se convierte en devoto servidor de los jerarcas nazis y en reclutador de niños para un campo de las SS. Esta cinta, oscura a la vez que hermosa, puede describirnos con maestría muchas de las características del nacional socialismo. Cada uno de sus personajes puede representar una de las doctrinas básicas de éste movimiento. Adentrémonos en la mente-ícono de sus protagonistas.
El nazismo hecho personaje
El primer prototipo nazi presentado en El ogro será el professor Blattchen. Este médico, además de atender a la joven guardia de las SS que se forma en el castillo de Kaltenborn, es un genetista entusiasta de la selección natural y la pureza racial. En uno de sus muchos diálogos con Abel —a quien trataba con cariño a pesar de su condición de francés sub-normal— le explicaría que simplemente con medir la cabeza y los miembros de sus pupilos podía determinar quién había nacido para convertirse en líder y quién para ser esclavo como él.
Se basaba en que aquellas características biológicas que cientos de años de evolución darwinista y selección de entre los más aptos, habían conformado un tipo ‘ario’ ineludible y positivamente superior que los demás. Recordemos que estas absurdas teorías, eran muy aceptadas y difundidas desde el S XIX ya que —como ocurre en la actualidad con otras ideas descabelladas, como la evolución de la materia inerte a la viviente, por ejemplo— eran planteadas como verdades científicas. Recordemos que en nuestro país y a inicios de siglo, destacados políticos liberales y rectores de la Universidad de San Marcos como Javier Prado y Alejandro Deustua, postulaban desde sus cátedras que el desarrollo del Perú sólo podría conseguirse con una inmigración europea que reemplace a la población nativa puesto que esta estaba genéticamente condenada a la servidumbre e inferioridad mental.
Voluntad de poder
Por otro lado, el líder del campo, el obersturmbannführer Raufeisen, también trabó relación con Abel, con quien solía monologar. En sus charlas, y discrepando con el professor Blattchen, refería con ardor la otra gran tendencia del pensamiento nazi: el voluntarismo romántico.
Raufeisen, siguiendo esa poderosa escuela germana que va de Goethe hasta Nietzsche, buscaba forjar la grandeza de la juventud alemana en términos de la ‘voluntad de poder’. Según él, únicamente el hombre total y plenamente dueño de sí era superior a todo. El que realizaba su voluntad dejando de lado cualquier repulsión natural al dolor propio y ajeno, era digno de ser llamado un hombre. Tanto el miedo como la compasión eran cosas de cobardes en esta visión de un hombre que crea su propia moral supeditándola a su capacidad transformadora.
Es por ello que Raufeisen sometía a sus pupilos a las más duras experiencias, frente a las cuales algunos morirían. Según él, esto no importaba, porque solo los más fuertes y aptos, los que logren sobrevivir porque su voluntad era más fuerte que la calamidad, serían los únicos dignos de dirigir el rumbo de la humanidad.
Aristocracia y populismo
Finalmente, un último personaje nos advertiría sobra otra característica fundamental de su pensamiento: su culto al ‘pueblo’, es decir a la masa. No olvidemos que los partidos fascistas —tanto italiano como alemán— nacieron de partidos socialistas en sus respectivos países. De hecho, la ideología nazi es una versión heterodoxa del socialismo. No por nada el partido nazi se denominó Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NASDP).
Así se lo haría notar el conde Kaltenborn, antiguo dueño del castillo en el que se desarrollaba la trama. Como todos los junkers (tal como se les llamaba a los nobles alemanes) despreciaba a Raufeisen y a todos los nazis. De hecho, los únicos intentos de asesinar a Hitler fueron planeados y ejecutados por aristócratas alemanes, especialmente católicos.
Ya en el marco de la película, el conde referiría a Abel burlándose de Raufeisen, y aludiendo al carácter popular de su organización, que “el SS estaba orgulloso de su uniforme reluciente y su alto rango (…) sin embargo, algunos años atrás era un simple zapatero de pueblo”. A pesar de haber parasitado las insignias, los símbolos de nobleza y cierta apariencia de jerarquía, el nazismo era un movimiento de masas en el que de la noche a la mañana —y solo por la adhesión ciega al partido— cualquier hombre podría lograr un ‘lugar importante’ en la sociedad. He allí el secreto de su gran éxito en sus primeros años. El nazismo, no destacaba los antiguos valores tradicionales sino que buscaba una utopía igualitarista y en la sacralización de la voluntad de unas masas conducidas por un único líder.
Progresismo ineludible
La última característica fundamental del nazismo será el culto al futuro, el culto al progreso. Al igual que su ideología hermana, —el comunismo— la futura sociedad ideal será el ídolo al que se le tiene que sacrificar la vida de millones de personas, cualquier moral y el interés particular.
Este moloch disfrazado de paraíso igualitario, pacífico e higiénico, palpita en toda la cinta. Ella no tiene un personaje definido, pero al ser la más importante de sus características está presente en cada escena. Sin embargo, vale la pena mencionar que otra excelente película de Schlöndorff y ambientada también en el régimen nazi —El noveno día (2004)— se centra en este punto.
Datos del film
Volker Schlöndorff (1996) Der Unhold. Canal+, France 2 Cinéma, Héritage Films, Recorded Picture Company, Renn Productions, Studio Babelsberg, Universum Film, Westdeutscher Rundfunk. Alemania, Francia, R.U., 118 min.
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