Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
El primer paso para celebrar de modo adecuado la Navidad, consiste en reconocer nuestra realidad de pecado que nos aleja de Dios y de las personas con quienes nos toca convivir o interactuar. El pecado, además, nos lleva a la muerte y nos impide vivir eternamente con Dios.
Solo en la medida en que seamos conscientes de esto, nos daremos cuenta de que necesitamos que Jesús venga a cargar con nuestros pecados y a darnos su Espíritu Santo, que nos capacita para hacer el bien y nos resucita con Él para la vida eterna. Como dice San Pablo, si el espíritu de aquel que resucitó a Jesús, vive en nosotros, ese mismo espíritu, dará nueva vida a nuestros cuerpos mortales (Rm 8: 11).
Un segundo paso que nos ayuda a prepararnos para la Navidad, es contemplar las obras de Dios a favor nuestro. En la Navidad, celebramos el nacimiento de Dios hecho hombre por amor a nosotros y que, en su propio ser, introduce en el mundo el reino de los cielos. Esta es la novedad del cristianismo. Como hace unos años escribió el Papa Benedicto XVI, en Jesús de Nazaret “Dios entra en la historia, aquí y ahora, de un modo totalmente nuevo, como aquel que obra”.
En ese niño que veremos envuelto en pañales y recostado en un pesebre, Dios en persona viene a buscarnos para introducirnos en su reino. “En él, ahora es Dios quien actúa y reina, es decir, sin poder terrenal y a través del amor que llega hasta el extremo, hasta la cruz”.
El reino de Dios no es de este mundo, pero está presente en medio de nosotros. Dios actúa en nuestro favor. Los evangelios nos narran que, Juan el Bautista —poco antes de ser decapitado por Herodes—, envió a sus discípulos a preguntarle a Jesús si él era o no el mesías y Jesús les respondió, “Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Lc 7: 22).
Jesús se acredita a través de sus obras y eso, no solo lo hace dos mil años, sino hasta nuestros días. No necesariamente curando nuestras enfermedades físicas o quitándonos el sufrimiento, pero sí actuando en nuestra historia y proveyéndonos de lo necesario para seguir adelante, aun en medio de las dificultades que se nos presentan.
Hace un tiempo, en un encuentro con cerca de doscientos jóvenes de las parroquias de Arequipa, Islay y Caylloma, les pregunté si ellos creían en Jesucristo, solo porque alguien les ha hablado de él o porque de alguna manera lo han encontrado. Uno por uno —hasta donde nos dio el tiempo— fueron explicando que creían en Jesús porque lo han ‘visto’ acontecer en su historia.
Cada uno relató —a su manera— hechos concretos de su vida, en los que han reconocido la actuación de Jesucristo, el hijo de Dios vivo. En esta tercera semana del adviento, los invito también a ustedes a recordar o descubrir las obras de Dios en su propia vida, porque en la Navidad, no solo celebramos un acontecimiento que sucedió y se agotó hace más de dos mil años, sino el nacimiento de alguien que continúa vivo y actuante en nuestro favor, por eso podemos alegrarnos y hacer fiesta.
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