Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
Con la fiesta de la Virgen de Chapi, comenzamos el mes de mayo, donde los católicos veneramos de manera especial a la Virgen María, cuya solicitud maternal por el pueblo de Dios, se ha hecho patente de múltiples maneras a lo largo de los siglos, incluso a través de apariciones en momentos muy delicados de la historia.
Los numerosos santuarios dedicados a ella en los cinco continentes, son meta de millones de peregrinos que acuden a darle gracias por los beneficios recibidos y/o a buscar consuelo y esperanza.
En el proceso de cambio de época —que desde hace algunos años está atravesando la humanidad—, resultan del todo actuales las palabras del papa Benedicto XVI, “encomendémonos a ella, para que guíe nuestros pasos en este nuevo período de tiempo que el Señor nos concede vivir y nos ayude a ser auténticos amigos de su hijo, y así también, valientes artífices de su reino en el mundo, reino de luz y de verdad” (Catequesis, 2.I.2008).
María es una criatura, salvada también, por el único salvador que es Jesucristo, pero al mismo tiempo es su más cercana colaboradora en la custodia y salvación de la humanidad. Conscientes de esa verdad, los cristianos de todos los tiempos, hemos sabido levantar los ojos hacia ella, seguros de encontrar en su corazón de madre la guía, protección y fortaleza necesaria para afrontar las vicisitudes de la vida; y cada vez que, lo hemos hecho, ella nos ha llevado a Jesús y animarnos a confiar en él, como en las Bodas de Caná, “hagan lo que él les diga”, haciendo posible así, que experimentemos la potencia con la que Dios es capaz de transformar el agua en vino nuevo y devolvernos la alegría de vivir (Juan 2:1,10).
El papa Francisco, que en su propia vida conoció las abundantes gracias que se derivan de la oración del rosario, en varias ocasiones se unió a la estela de papas que siempre recomendaron esta oración desde que, por inspiración de la misma Virgen María, comenzó a introducirse en la iglesia a través de Santo Domingo de Guzmán.
“El rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana, orientada a la contemplación del rostro de Cristo”, escribió san Juan Pablo II, en El Rosario de la Virgen María. “Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica”, dijo san Pablo VI (Marialis Cultus, 46).
El rosario —en cuanto objeto— no es un amuleto ni un objeto mágico, es un instrumento que, bien usado, nos ayuda a contemplar los misterios de la vida de Cristo a través de la mirada y el corazón de María, madre suya y madre nuestra.
Al rezar el rosario, la virgen María nos introduce de la mano en la vida de Cristo, nos une a él y nos une entre nosotros, como reunió a los apóstoles en el cenáculo el domingo de la resurrección.
Siguiendo la tradición de los ilustres pastores que, a lo largo de los siglos han exhortado a los fieles a rezar el santo rosario, los invito a acudir a esta bella oración. Acojámonos a la misericordia maternal de nuestra mamita de Chapi, que nunca nos ha defraudado, para que, ahora y siempre, ella sea para nosotros protección, ayuda y bendición.
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