Barrabás quiere decir «Hijo de Dios». Jesús es literalmente Barrabás. Pero no es ese Barrabás del evangelio. De hecho muere en lugar de él. Es muy raro (como absurdo e inexplicable), se me ocurre, haberse equivocado al elegir entre ambos hijos de Dios.
Porque la gente, la plebe, el populacho, o sea nosotros, no queremos a ese Hijo de Dios tan poco práctico, tan de principios, tan insolente con las respetables instituciones que hemos construido, tan de hablar del corazón y del cambio interior, un Hijo de Dios que no se pone de juez entre hermanos que se pelean por una herencia, que no contrata abogados ni le debe nada a nadie, un Hijo de Dios que no se rebela contra la autoridad humana sino que la reconoce como venida de su Papá, un Hijo de Dios que se deja matar como un cordero, un Hijo de Dios loco que habla de amar al enemigo y de que todos los hombres crean lo que crean, hagan lo que hagan, sean como sean, son nuestros prójimos, nuestros hermanos.
No queremos a ese Hijo de Dios que ha gritado cosas muy amargas contra los ricos, advertencias espeluznantes, abismales e imborrables. No queremos a ese Hijo de Dios que reconoció en el extranjero, en el infiel, una fe más grande que la de los creyentes.
El otro hijo de Dios
Nosotros queremos al otro hijo de Dios, a Barrabás, uno que toma la justicia por sus manos, que distingue claramente y elimina al enemigo, uno que te soluciona ese complicado problema de la conciencia con la acción, lo concreto, la política, la praxis, lo inmediato y te hace sentir un estúpido sentimental si no eres como él, si no haces lo que él hace.
Un hijo de Dios que habla claro y soluciona rápido, uno que arranca la injusticia a patadas y puñaladas. Un hijo de Dios que suple a Dios con la ideología de la violencia y la imposición. Un hijo de Dios astuto, que siempre sabe qué hacer cuando los demás no saben. Un hijo de Dios que no sabe de compasión ni debilidad, que no conoce perplejidades porque ya lo tiene todo solucionado, ya digerido. Un hijo de Dios que ha construido un sistema y se ha hecho, torpe de él, dios de sí mismo.
¿Qué quiero yo?
Y yo, pobre de mí, no quiero ser así pero soy así y me avergüenzo hasta la náusea porque mi proceder no lo comprendo y efectivamente hago el mal que no quiero y no el bien que quiero y por eso es que, pequeño barrabás también yo, salto a los brazos abiertos del dulcísimo, bondadosísimo y justísimo Hijo de Dios que fijo en la cruz llama a su Papá llorando como en Belén, abandonado de todos, apuñalado su corazón al mirar a su mamá con el suyo traspasado por ver morir a su bebé de manera tan terrible, tan monstruosamente injusta.
Y encuentro allí en este abrazo cargado de desesperada esperanza una alegría que nadie me podrá quitar, una libertad que se eleva por sobre el pantano de la mezquindad y la mentira. Y ya no le tengo miedo a nada. Y ya no le debo nada a nadie. Y se rompe dentro de mí esa vieja cadena llamada culpa, esa acusación que me ha perseguido desde que nací y me convierto en un abrazo para todo el que se cruce en mi camino. Qué les puedo decir queridos amigos, queridos hermanos: soy cristiano.
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