Gabriel Centeno Andía
Alisson toma un ovillo de hilo, un croché, agujas y sus duranas, y se sienta en el sofá de su sala para empezar a tejer, algunas veces lo hace hasta que le duele el dedo pulgar. No es una adulta mayor, apenas tiene 22 años y aunque parezca extraño, ha logrado puntada a puntada, crear un singular —y tierno— emprendimiento al que dedica al menos 5 horas diarias. Ella teje amigurumis, un tipo de peluche de hilo de algodón para los más pequeños del hogar.
Cuando Alisson Montes empezó a tejer tenía 9 años. Fue su abuela Elfi quien le enseñó a dar las primeras puntadas y prácticamente no paró de hacerlo hasta los 14 años. Ella disfrutaba mucho, dedicar su tiempo a esta actividad, pero de la noche a la mañana se apartó de todo. Dejó sus herramientas de tejido y no las volvió a usar durante 4 años, aproximadamente.
A los 18 años ingresó a una feria artesanal y vio un amigurumi (aunque en ese momento no sabía lo que era) y lo compró. “Era demasiado tierno para no comprarlo, pero me daba mucha curiosidad la forma y sobre todo la técnica porque era algo que se me hacía familiar”, recuerda la joven que de pequeña realizaba puntadas similares, pero para confeccionar prendas y adornos.
Apenas llegó a su casa analizó al muñeco y decidió hacer uno igual. Intentó —sí, intentó— tejer un sonajero con la cabeza de oso. Parecía sencillo para empezar, pero salió fatal. “La cabeza era deforme, todo era desproporcionado y me puse a llorar”, cuenta ahora riendo, esa experiencia que la impulso a mejorar su técnica.
“En ese momento dije, esto no es para mí, iba a desechar mis crochés y ovillos para siempre, pero decidí volver a intentarlo. Antes debía aprender más y encontré mucha información en Internet. A los 4 meses mejoré mucho y en casi 2 años, logré una técnica propia que me permitió sostener un negocio”, refiere orgullosa sobre Mellow, nombre que le dio a su emprendimiento.
Durante todo este tiempo, Alisson tejió cientos de amigurumis. En algunos casos eran diseños muy parecidos, pero ella asegura que cada uno es distinto y especial. Son hechos a mano y eso le da esa particularidad.
Superpeluches
La joven egresada de Ciencias de la Comunicación, creó una serie de tiernos superhéroes, obviamente tejidos a croché. Se le ocurrió confeccionarlos durante las restricciones por la pandemia y cuando los oficializó en sus redes sociales (Mellow Aqp) prácticamente se agotaron. “Me pedían más y bueno manos a la obra, tenía que ‘crochetear’ para cumplir con mis pedidos”, revela.
Además, realiza algunos talleres virtuales para que otras personas aprendan a tejer muñecos, pero sin padecer como ella lo hizo cuando decidió emprender. “Creo que hay oportunidad para todos y como parte de mi carrera, me gustaría desarrollar un proyecto social para que las personas vulnerables puedan generar ingresos tejiendo. Es una meta a mediano plazo”, afirma convencida de lograrlo.
Así, ella se escapa del mundo para sumergirse en el suyo, tejiendo ilusiones y ‘crocheteando’ por varias horas hasta sentirse más feliz. Siempre entrelazando una puntada de emoción con otra de pasión por lo que ama hacer de una manera inexplicable.
EL DATO
Los amigurumis nacieron en Japón al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Luego de la derrota, el ambiente era desolador, sobre todo en los niños, por lo que las abuelas decidieron darles un poco de alegría a los pequeños con un muñeco tejido con sus propias manos.
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