Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
El mensaje del papa Francisco, para esta Cuaresma y que comentamos en las últimas semanas, concluye animándonos a no cansarnos de hacer el bien y extirpar el mal de nuestra vida.
Nos lo dice porque es consciente de que —en no pocas ocasiones— corremos el riesgo de cansarnos y desanimarnos: cansarnos de combatir contra el mal, que muchas veces brota de nuestro corazón y cansarnos de hacer el bien, porque pensamos que, al final, no va a dar fruto; sin embargo, también nos recuerda que, “el Señor es un Dios eterno (…), fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto (…) los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan” (Isaías 40; 28-31).
Por eso, el papa nos dice, “pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor”, en sintonía con el catecismo de la Iglesia católica que destaca el gozo, pero también las exigencias, el combate, propios de la vida cristiana (n. 1 697). Combate para el cual, las Sagradas escrituras y los Santos padres, recomendaron que nos apoyemos en el ayuno, la oración y la limosna, “que expresan la conversión con relación a sí mismo (ayuno), con relación a Dios (oración) y con relación a los demás (limosna)” (n. 1 434).
El ayuno —continúa Francisco— fortalece nuestro espíritu en la lucha contra el pecado y “contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y toda clase de mal”. El ayuno y la oración son fundamentales en la vida cristiana, porque como dice Jesús, “el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mateo 26; 41) y san Pablo, desde su propia experiencia —que es también la nuestra— lo confirma, “la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne” (Gálatas 5; 17).
San Juan Pablo II, lo explica “en el interior del hombre, la vida según la carne se opone a la vida según el espíritu y esta última (la vida según el espíritu), en la situación actual del hombre, dado su estado pecaminoso hereditario, está constantemente expuesta a la debilidad e insuficiencia de la primera (la carne), a la que cede con frecuencia si no se refuerza en el interior» (Catequesis, 17.XII.1980). En ese sentido (como enseña el Catecismo), el ayuno y la abstinencia, “contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón” (n. 2 043).
Finalmente, sabiendo que “el ayuno prepara el terreno, la oración lo riega y la caridad lo fecunda», el papa Francisco nos exhorta a no cansarnos de hacer el bien y practicar la caridad activa: dar limosna a quien la necesita, cuidar a los que tenemos cerca, hacernos prójimos de quienes están heridos en el camino de la vida, visitar a quien sufre soledad; en síntesis, “hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados”.
Y nos exhorta, también, a volver a Dios, a través de una buena confesión, sabiendo que Él nunca se cansa de perdonar y que, a través de la gracia del sacramento, nos fortalece para el combate de la vida cristiana; así, “practicando el amor fraterno nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros, y empezaremos a saborear la alegría del reino de los cielos” (1 Corintios 15; 28).
Discusión sobre el post