Pierina Pacheco Leyton
Docente del Departamento de Educación de la Universidad Católica San Pablo
Hace poco revisaba con mis estudiantes en formación para el magisterio, la visión de Platón acerca de la tarea del educador y el filósofo decía: “Educar es dar al cuerpo y al alma toda belleza y perfección de que son capaces”.
Tan impresionante como su declaración fue la vigencia que tiene aún más de 23 siglos después. ¿Pero dónde está ese lado interpersonal que se busca hoy en las escuelas? ¿Cómo se conecta el ideal platónico con esas capacidades sociales, comunicativas, colaborativas a las que hoy se da tanta importancia?
El ser humano, como unidad de cuerpo y alma, es un ser inteligente y libre, capaz de salir al encuentro con el otro y hallar en los demás el complemento para una vida plena. No puede alguien pretender vivir como una isla y alcanzar su más alto grado de perfección, dado que esa perfección también implica la relación con el otro. Aún el ermitaño requiere del conocimiento heredado por la cultura, por el pensamiento de otros que le han llevado a reflexionar sobre su propia existencia y a alejarse de la comunidad de la que proviene.
Toda persona que pase por un proceso educativo, formal o informal, se encontrará en un espacio de interrelación, donde aprenderá a ver a otras personas, a convivir, a enfrentar conflictos, a entablar diálogos, a argumentar ideas, a contraargumentarlas, a frustrarse con la diversidad de pensamientos y a disfrutarlo también. Pero eso, se educa.
Se educa cuando se enseña a pensar: alcanzar esa capacidad crítica frente a la realidad que es uno mismo y la realidad que está fuera de uno, en el otro. Ningún ser humano puede prever lo que vendrá. La pandemia lo dejó claro. La velocidad del desarrollo tecnológico ha arrasado con la humanidad en términos de información, mas no de conocimiento y por eso la tarea de educar es formar a la persona para lidiar satisfactoriamente con el mundo que le toque, sin perder el rumbo de su propia humanidad.
El fenómeno de las redes sociales, específicamente, es un caso que define esa necesidad de mantener el curso, de no perder el rumbo: el bombardeo de información, de opiniones, de emociones descontroladas, de reacciones todavía más imprevisibles, pone en juego toda esta capacidad de pensar sobre la realidad.
Hoy, la riqueza, la fama y la aceptación son las características de una sociedad que ha perdido la noción de humanidad y, por lo tanto, desdeña el trabajo intelectual, la comprensión metafísica, la vida ética, la valoración del mundo a través del arte, cualidades propiamente humanas y que nos ponen en contacto con los otros y lo otro.
No se puede formar a una persona al margen de la sociedad y su devenir. Alguien dijo con mucha sensatez que la educación debiera ser la brida del futuro; sólo así puede asegurarse de conducir al hombre hacia su plena realización, más allá de los poderes y las ideologías que quieran controlarla, a partir de constructos sólidos que marquen siempre el horizonte en donde se alcanza toda esa belleza y perfección de la que somos capaces.
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