Fernando Mendoza
Abogado
Docente UCSP
Sí, es época de lluvia en Arequipa. La lluvia es muy importante para la ciudad, la esperan ansiosos los agricultores, pues su falta provocará sequía y en consecuencia una mala campaña agrícola, las represas se colmarán y por lo tanto también habrá tranquilidad para los hombres y mujeres del campo.
La lluvia también trae recuerdos de la infancia, cuando luego del aguacero se salía a ‘chimbar’ el agua y cuando era muy fuerte, corríamos a ver la torrentera que había entrado. El ruido daba miedo y era por los tremendos pedrones que arrastraba.
Pero para los citadinos también es importante, pues con las represas llenas se aleja la sombra de los cortes de agua potable. Se van esas pesadillas de largas filas para obtener unos baldes de agua para el aseo y la preparación de los alimentos.
La lluvia también trae recuerdos de la infancia, cuando luego del aguacero se salía a ‘chimbar’ el agua y cuando era muy fuerte, corríamos a ver la torrentera que había entrado. El ruido daba miedo y era por los tremendos pedrones que arrastraba. Aclaro que en mis tiempos el ancho de las torrenteras no era como se observa hoy; ahora son, en algunos casos, simples canales. Y claro algunas veces el arcoíris. También estaba ese olorcito a tierra mojada, aroma incomparable que mi recuerdo de niñez añora.
Pero algunas veces las lluvias nos arruinaban el juego con agua en los carnavales. La semana anterior al domingo principal, sol radiante, pero en la víspera, nublado y con lluvia. Llegaba el domingo, mirábamos al cielo y estaba despejado, aunque con un poco de frío, pero el astro rey se insinuaba juguetón y provocador. Sin embargo, con el pasar las horas de la mañana, negros nubarrones asomaban. No sé si tengan algún fundamento pero los antiguos nos decían “cuando canta el chihuanco, entonces va a llover”; o “si las nubes venían de atrás del Misti, entonces no son nubes de lluvia; las que bajan de Chiguata, Characato y Sabandía, con esas sí el aguacero es seguro”. Pero igual con o sin lluvia se jugaba carnavales, no importaba estar temblado de frío, igualito se jugaba. Luego, en el almuerzo esperábamos un puchero caliente, sí, ese donde el arroz estaba envuelto en hojas de repollo, aunque confieso que no me gustaba tanto.
Pero con la lluvia no todo es color de rosa. No niego que en mis tiempos también causaba estragos, pero ahora es peor. Hoy muchos de los cerros están poblados, con calles asfaltadas; entonces, lógico, el agua discurre más rápido y no hay un tiempo para que la tierra, que ya no hay, absorba el agua.
No sé si tengan algún fundamento pero los antiguos nos decían “cuando canta el chihuanco, entonces va a llover”; o “si las nubes venían de atrás del Misti, entonces no son nubes de lluvia; las que bajan de Chiguata, Characato y Sabandía, con esas sí el aguacero es seguro”.
Además, las pistas asfaltadas no las construyen con pendientes o declives, menos pensar en drenajes. Pero, ¡por qué!, si hoy existe la tecnología suficiente para evitar los problemas de los que somos víctimas, peatones y conductores de vehículos; a los primeros les dan un baño de pies a cabeza, a los otros se les daña el auto, caen en huecos camuflados por el agua de la lluvia. Todo un desastre, la ciudad destrozada.
Y entonces, ¿qué pasa? ¿Será falta de dinero para hacer bien las cosas?, no lo creo. Más bien, considero que es un uso ineficiente de los recursos. Las autoridades priorizan ejecutar más metros cuadrados de asfalto que incluir drenajes. Así podrán inaugurar más calles asfaltadas y demostrar una aparente eficiencia. Pero ¿a quién se traslada la ineficiencia?, a los ciudadanos, a los que tenemos que soportar los aniegos en las pistas, que provocan duchazos no queridos, que malogran la ropa y los vehículos. Es tiempo de recobrar lo buenos recuerdos de la lluvia y no las lamentaciones.
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