Jorge Pacheco Tejada
Director del Departamento de Educación de la Universidad Católica San Pablo
Este es un año muy especial para el Perú por tres motivos: el bicentenario de nuestra independencia, las elecciones presidenciales y congresales (y por lo tanto el cambio de autoridades gubernamentales) y la lucha frontal contra la pandemia del COVID-19. Estos tres factores requieren un esfuerzo denodado para que la educación —que continuará siendo no presencial— ayude a construir ciudadanía. Es pues una tarea inmediata, urgente e impostergable.
No olvidemos que el Proyecto Educativo Nacional, al hablar de vida ciudadana, establece que “la educación peruana, contribuye a que las personas convivamos de manera libre y justa en un Estado de derecho, con sólidas instituciones que garanticen el respeto a la dignidad humana, la igualdad ante la ley y la seguridad, cumpliendo nuestras obligaciones y ejerciendo nuestros derechos individuales y colectivos en una comunidad donde prime la confianza”. No puede haber una mejor síntesis de esta tarea educativa para formar ciudadanos.
La formación de la ciudadanía se traduce asegurando que cada quien se posicione en su comunidad con un sentido de responsabilidad personal, un ánimo participativo (no de desdén, distancia o enajenación respecto de los asuntos públicos) y con un sentido de justicia. Es pues tarea del maestro, lograr que los alumnos tomen conciencia de la importancia de elegir cuando les corresponda, con criterio ético y por lo tanto responsable, a los gobernantes, para garantizar un Perú libre y justo.
Por ello, las instituciones educativas tienen un rol clave en la formación en valores y en competencias para el ejercicio de la ciudadanía en el Perú, por tres factores principales: son las únicas formalmente reconocidas con el objetivo de formar personas que ejerzan su ciudadanía; son el primer espacio en que las personas se relacionan de forma directa (sin mediación de los padres) con un servicio público; y si bien la institución educativa es un espacio donde se reproducen las prácticas y valores de la sociedad, también es un espacio en el que se puede reflexionar sobre estos y recrearlos con base en el ideal de ciudadanía que se desea tener.
Este año, las instituciones educativas deben aprovechar estos tres factores para reflexionar y garantizar convicciones firmes sobre nuestra peruanidad. Es en ese sentido que leyendo un artículo publicado en redes sociales del argentino Carlos Hoevel, considero que las reflexiones que hace sobre la realidad argentina pueden servirnos de orientación cuando reflexionemos sobre cómo construir ciudadanía plena en el Perú.
Lo primero que destaco y que puede ser un buen punto de partida en esta reflexión ciudadana, es la sensación que vamos desarrollando los peruanos de desorientación valorativa: despilfarro y corrupción estatal, que ponen a nuestra democracia al borde del colapso, pero lo que es peor, vacío de todo contenido valorativo atractivo, de todo código de conducta, de todo ideal, de toda orientación importante para la vida.
Cuando un sistema educativo es cada vez más pobre en conocimientos, experiencias y referentes creíbles de nuestra historia patria, es peligroso, pues fácilmente puede perder el rumbo. No debemos transmitir a nuestros alumnos un mensaje de desesperanza ni de frustración porque, sin darnos cuenta, los haríamos sentirse inermes (sin armas), desamparados e indefensos.
Me gustó mucho la alegoría que Carlos Hoevel, nos recuerda del pensador francés Remi Brague, cuando compara a los jóvenes de hoy como los ‘taxis libres’: vacíos y sin saber a dónde van, que pueden ser tomados por asalto por cualquiera que pueda pagarlos. La imagen de taxi libre nos pone sobre aviso de que cualquier influencia exterior puede tomar hoy al abordaje a nuestros alumnos carentes de educación ética y llevarlos a cualquier lugar menos a donde realmente tendrían que ir.
¿Cómo enfrentar esta situación sin caer en sentimientos de derrota, de desesperanza y de egoísmo? Es en este punto, en el que percibimos el valor de la justicia social, de la fe religiosa y del patriotismo. Eso es lo que nos une de modo desinteresado. Es tarea urgente determinar con nuestros alumnos, cuáles son los ideales, los valores, las verdades que nos unen y que son la base de nuestra ciudadanía. De allí nace el código de vida, las reglas sagradas de convivencia: el auténtico camino educativo que nos lleva a descubrir el sentido de la verdadera convivencia.
¿Queremos sobrevivir y prosperar como sociedad, sin ningún código? No seamos ingenuos, eso no ha ocurrido jamás en ninguna sociedad. Es un imposible. ¿Cómo pretendemos nosotros lograrlo? Los hombres libres, los verdaderamente libres, son paradójicamente los que están atados a un valor, a una verdad a la que se someten, a un código de conducta más o menos concreto que surge de ella y a la fidelidad hacia los demás miembros de nuestra comunidad (no a la lealtad en sentido mafioso que es la caricatura de la auténtica ciudadanía).
Este año del bicentenario, repasemos en clase y familia el testimonio vital de nuestros héroes que otorgaron fuerza y capacidad de respeto a códigos, ese compromiso heroico por renovar nuestra libertad. No la ‘moderna’ idea de libertad que es el decadente ‘hacer lo que yo quiera’. Solo el sentido pleno de libertad es lo que nos puede orientar, lo que nos puede ayudar a salir de esta ruina social por medio de sentimientos de ciudadanía reales y verdaderos. No hay otro camino para construir nuestra sociedad
Es urgente, que desde el pequeño gran entorno de nuestra educación, este año cultivemos esos pensamientos y convicciones ciudadanas, que vuelvan a hacer grande y digno a nuestro Perú.
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