Jorge Pacheco Tejada
Director del Departamento de Educación de la Universidad Católica San Pablo
Este es el punto de partida: Los maestros en el Perú tenemos la tarea urgente de cuidar y atender la formación integral de nuestros alumnos en circunstancias difíciles, marcadas por una pandemia que aún no se termina y la crisis política del país.
Para ello, debemos prepararnos con serenidad y realismo para el retorno a la presencialidad. Con este fin propongo tres tareas básicas: retomar nuestro rol formador frente a la crisis del país, preparar un plan de acogida y un buen retorno a clases.
El primer punto amerita estar informados de la realidad social, política y económica, organizarnos en nuestras instituciones educativas y promover el diálogo como la toma de decisiones propositivas, sin pesimismos, sino con actitud esperanzadora. Debemos responder de manera creativa, comunitaria y solidaria como fue en el primer año de pandemia.
El plan de acogida debe atender una de las peores consecuencias de la pandemia, el deterioro socio emocional, incluyendo el nuestro. Esto implica dimensionar el impacto en su salud emocional del estrés, el aislamiento, el dolor de alguna pérdida o la violencia y los conflictos familiares y preparar el buen retorno a clases para recuperar el tiempo perdido.
En el último punto coincido con Luis Guerrero Ortiz, profesor principal en el Instituto para la Calidad de la PUCP y consultor de Unesco en políticas de formación docente, quien en un artículo reciente plantea no solo “recuperar el tiempo perdido” sino también reforzar los aprendizajes logrados en tiempo de pandemia como la importancia de la familia, la valoración del autoaprendizaje y del aprendizaje colaborativo. En ese escenario, los docentes tienen cinco responsabilidades:
Primero, diagnosticar las necesidades de aprendizaje de sus estudiantes, para tener una adecuada información de las fortalezas y debilidades con las que empiezan el año.
Segundo, planificar estrategias y oportunidades de aprendizaje diferenciadas, de acuerdo con las diversas necesidades identificadas en el diagnóstico de entrada y prever las tareas que enviarán a quienes no recibirán clases presenciales y a quienes lo harán solo algunos días de la semana. Hay que considerar la ‘conectividad’. El docente tendrá que hacerse cargo por sí solo de los que van y los que no van a clases, de los que están conectados y de los que no, de los que irán siempre, de los que irán solo unos días y de los que no irán nunca.
Tercero, evaluar y retroalimentar de manera diferenciada el progreso de todos sus estudiantes en similares aprendizajes, debido a los distintos niveles con los que llegan.
Cuarto, atender adecuadamente la metodología que exige un currículum por competencias. Ese es el tipo de aprendizaje que deben propiciar, monitorear y evaluar en este complejo escenario.
Quinto, Solicitar acompañamiento y capacitación en los casos requeridos. Sabemos que el nivel profesional de nuestros docentes de educación es sumamente heterogéneo a escala nacional. Eso quiere decir que tenemos maestros con un nivel de preparación óptimo, capaces de afrontar desafíos complejos, y docentes con recursos profesionales muy limitados. Se trata entonces de dar soporte al docente que lo requiera a fin de garantizar la idoneidad en el desempeño docente.
Los tiempos son difíciles, las necesidades cada vez más demandantes, pero asumamos esta realidad con sentido de oportunidad. La primera gran lección que estamos llamados a dar los maestros es que debemos mirar la vida con sentido de esperanza. Ojalá podamos decir como el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece”.
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