Diego Arias Padilla
Docente universitario de Ética de Negocios
En las clases de Ética de Negocios me gusta empezar con una petición al aire. Pido que levante la mano la persona que nunca haya sobornado a un policía. Evidentemente, levantan la mano quienes no conducen. Luego del filtro, alrededor de un 95 % de los alumnos reconocen haber sobornado a un policía. Y al preguntarle al 5 % restante por qué no lo ha hecho, la respuesta es que no se le ha presentado la oportunidad.
Al indagar sobre las razones de la ‘coima’, no existe sensación alguna de culpa propia. Es más, se llega incluso a justificarla. Las excusas abundan. Ahora que vemos el resultado de las investigaciones sobre el caso Odebrecht, proclamamos indignados la existencia de expresidentes tras las rejas, prófugos o investigados. Pero la indignación solo funciona cuando la corrupción es ajena; de ninguna manera aparece cuando es propia. ¿Por qué ocurre esto?
El actuar o no de manera ética corresponde al ámbito de la conciencia del ser humano: ante determinada circunstancia, cada quien puede responder y actuar como esta se lo dicte. El problema viene cuando las decisiones son tomadas en un tono más utilitarista o, dicho de otro modo, cuando se dan buscando maximizar la propia satisfacción y no el bienestar de las demás personas.
Cuando esto ocurre, nos gusta también agregarle ciertos matices a nuestro egoísmo para no sentirnos tan culpables. Nos han hecho creer que para vivir basta la comodidad. Por ello es que cualquier reforma que se implemente no triunfará en nombre del número de empresarios o expresidentes enviados a la cárcel. La reforma triunfará cuando cada quien, consciente de sus propias limitaciones, entienda que convive con otros, y que esos otros son personas también débiles y propensas a dejarse encantar por el color del dinero y de la comodidad.
Vale más seguir adelante sin necesidad de taparse el rostro frente a las cámaras que dejarse convencer por una promesa inexistente de comodidad y placer. Para evitar ello, reconozcamos primero al otro en la sociedad, con todo lo que eso implica. No nos dejemos engañar: la corrupción que vemos ahora es solo una consecuencia de las decisiones erróneas en el pasado. El tema va más allá de los políticos y los empresarios.
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