Gabriel Centeno Andía
Cuando a Claudia le dijeron que sus manos tenían algo especial, no se equivocaron. Ella estudió la carrera de tecnología médica y se especializó en terapia física y rehabilitación para ayudar a la recuperación de pacientes que sufrieron algún accidente, enfermedad o intervención quirúrgica.
“Tus manos tienen algo especial. Son mágicas, son sanadoras”, le dijeron en alguna oportunidad cuando realizaba su turno en el hospital Honorio Delgado Espinoza, donde realizó su internado el año pasado y sigue trabajando en la actualidad.
“No estoy segura si en algún momento quise estudiar medicina porque era asquienta de niña, pero un accidente familiar me hizo ver de manera distinta el área de la medicina”, recuerda Claudia Macport–Macedo Acurio. Precisamente, cuando estaba en la secundaria su padre sufrió un accidente cerebro-cardiovascular, que afectó a ella y también a su familia, pero además la motivó a elegir su profesión.
Dulces abriles
Claudia tiene 22 años y aunque parezca bastante joven tiene una amplia experiencia laboral. Ella bañó perros en una veterinaria, vendió ropa para niños, apoyó en la contabilidad de un casino, además administró una clínica de mascotas, así como una academia de fútbol y también una pastelería. “Tenía que pagarme la carrera en la universidad”, revela.
Siempre quiso emprender. Tener un negocio propio la ilusionaba pero también la llenaba de miedo. “Las cosas que quería ofrecer ya las vendía otra tienda, así que ¿por qué me comprarían algo a mí?”, se preguntaba casi siempre. Lo que era determinante para frenar su iniciativa era la posibilidad de perder su inversión.
Pero hace unos meses venció el miedo y se arriesgó. Decidió llamar a su pastelería ‘23 dulces abriles’ y aprovechando que por pandemia no es necesario tener una tienda, ofreció sus pasteles por Facebook.
“Yo no cocino. Siempre que intenté preparar cosas saladas me salían mal, así que no me llama mucho la atención, pero cuando no se podía salir por el COVID-19, empezamos a hornear pan en casa y salía muy bien, luego hice alfajores y finalmente me animé por hacer una torta de tres leches de chocolate. Cuando mi enamorado la probó me dijo ‘está buenaza’ y me preguntó ¿por qué no vendes? Y ahí empezó todo”, recuerda.
Claudia se acordó entonces de sus ‘manos especiales’. No solo eran sanadoras y ahora podía sacarle un mayor provecho, sobre todo en una época complicada donde la estabilidad laboral es incierta.
“Incluso nos suspendieron 15 días en el hospital por la pandemia y fue angustiante porque pensaba que tal vez no regresaría”, afirma y nos comenta que el primer pastel que elaboró, fue para la hermana de su enamorado. Una venta asegurada.
Valor agregado
Pero ‘23 dulces abriles’ no solo son pasteles. Tienen historia. Todas las tortas que se envían van acompañadas de un papel enrollado donde Claudia escribe una historia. A veces se trata del origen de la torta o puede ser el motivo de la celebración o una sentida dedicatoria. Ese es su valor agregado.
A mediano plazo espera contar con un local para continuar su emprendimiento. Mientras tanto, comparte su tiempo ayudando a la recuperación de pacientes en el hospital y batiendo, horneando y decorando sus pasteles. Todo con sus manos.
EL DATO
‘23 dulces abriles’ tiene una variedad de pasteles, sin embargo también apuntan a satisfacer la demanda de personas que quieran bajar la cantidad de azúcar como los pacientes diabéticos, con la presión alta o adultos mayores.
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