En días de celebración como los que han pasado uno se pone seriamente a pensar en lo que es realmente rescatable en todo esto de conmemoración y celebración de la identidad cultural de aquella Arequipa a la que se pretende homenajear.
Pienso que aquel homenaje, que debiera ser el de todos los días, termina siendo un repentino vendaval de inusitado sentimiento regionalista, que a veces raya con lo chauvinista y superficial, en el que un himno por acá, algún brindis por allá y los parlantes estridentes las mismas cinco canciones de siempre, representan aquel encuentro fugaz con la nostalgia y ese entusiasmo telúrico que nos alborota el espíritu, puntualmente, cada vez que llega el mes agosto.
Pero, ¿y la reflexión?, ¿el balance de lo acontecido?, ¿la necesaria revisión del pasado para comprender el presente y avizorar el futuro?, ¿el encuentro con la tradición esencial? Parece que para todo ello —que justifica verdaderamente la celebración— hay cada vez menos espacio.
Y que no se piense que estamos en contra de la fiesta, desde luego que no, pues de eso se trata precisamente, de celebrar, de divertirse a lo grande, pero toda celebración debe tener un sentido que la valide, pues de lo contrario termina siendo un entusiasmo inconsistente y soso.
El quinto centenario
En 25 años Arequipa cumplirá quinientos años de existencia como ciudad y eso representa solo una parte de toda su historia, la que comprende en realidad varios miles de años, pero al mismo tiempo, posiblemente, es la más representativa, dado que simboliza todo un desarrollo cultural que va más allá de la ciudad misma, pues no debemos perder de vista que las ciudades son, en realidad, los ejes sobre los cuales giran esos otros espacios que se relacionan con ella.
En tal sentido el reflexionar, por ejemplo, sobre su historia, sus expresiones culturales, sus perspectivas, es una tarea imprescindible para quienes somos parte de ella, sin importar el hecho de si hemos o no nacido en su suelo, pues finalmente, eso es lo de menos y es una discusión ya largamente superada.
Se aproxima un aniversario de número cabal: cinco centurias. Se trata definitivamente una de aquellas cifras que nos llaman a una reflexión que debemos iniciar ya desde ahora, puesto que, con cada día que pasa, se hace más evidente que hemos perdido la brújula.
Necesitamos consenso
Más allá de los esfuerzos de muchas personas e instituciones por diseñar un plan de desarrollo a largo plazo que convoque a todos los sectores involucrados, lo cierto es que el consenso general necesario para ello aun no se ha dado, y es evidente, por otro lado, la clamorosa falta de una voluntad política.
Sin embargo, para empezar a cambiar las cosas es necesario primeramente conocer, por parte de la sociedad en su integridad, entre muchos otros aspectos, la historia local. Una retrospección que, para ser iluminadora, debe hacerse de forma constante y con la mayor objetividad, descontaminando nuestra visión del pasado de posibles anacronismos, tendenciosas distorsiones y un exagerado regionalismo miope.
Una propuesta
Para que la presente reflexión no quede en el plano de lo genérico, reproduzco una propuesta concreta que vengo venido escuchado de numerosas personas, pero que registro aquí con el nombre de una de ellas, por su notable solvencia tanto académica como moral.
Me refiero al doctor Eusebio Quiróz Paz-Soldán a quién recientemente, una vez más, escuché en un medio de comunicación pública pedir la inclusión en la currícula educativa de los centros escolares estatales y privados de la ciudad, el curso de Historia General de Arequipa.
Esto, según este querido y entrañable historiador, permitirá fomentar en las generaciones venideras el desarrollo de un sentido de identificación y de pertenencia con la ciudad y la región, por medio de un elemental acercamiento a su pasado, por lo menos de manera muy general. Una propuesta que considero muy acertada y que también hago mía.
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