Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Actualmente asistimos a lo que parece ser una abierta contradicción: por un lado, todos creemos y somos fervientes defensores de los derechos humanos —al constatar su sentido común y utilidad— y, al mismo tiempo, muchas veces nos vemos empujados, cuando no coaccionados, a actuar de manera contraria a nuestras convicciones más profundas (o, las más de las veces, a no actuar de acuerdo a ellas), curiosamente también en nombre de estos mismos derechos humanos. ¿Cómo es esto posible?
En efecto, realidades tan cruciales y vitales tanto para la propia persona como para cualquier sociedad democrática, como la objeción de conciencia y la libertad de expresión, se están viendo cada vez más amenazadas y cercenadas en nombre de los ‘derechos humanos’.
Basta ver lo que está ocurriendo hoy con los proyectos de ley sobre el aborto, que restringen cada vez más la objeción de conciencia de quienes se oponen a él por considerarlo un crimen, o con la creciente presión de lobby LGBTI (se siguen agregando letras…), contra el cual se pretende que ni siquiera se pueda pestañear. Y todo, se insiste, en nombre de los ‘derechos humanos’.
¿Cómo llegamos a esto?
La respuesta es mucho más simple de lo que parece: desprovistos de todo referente objetivo (en el fondo, de una ley natural), los ‘derechos humanos’ hoy son —y mañana serán— cualquier cosa. Se equivocan quienes creen que los ‘derechos humanos’ que hoy defiende el grupo de poder de lo políticamente correcto son los derechos consagrados por la Declaración Universal de 1948.
De esta manera, los ‘derechos humanos’ han sido asaltados por las ideologías de turno. Y entre otras, en ellos hoy campean a sus anchas la ideología de género (sobre todo por medio de los llamados ‘derechos sexuales y reproductivos’) y –al servirles como instrumento para imponerse– las ideas de no discriminación y de tolerancia.
Así, se han convertido en el contenido esencial de los actuales ‘derechos humanos’, más aún en el centro del tablero de todos los derechos restantes, cambiando completamente su jerarquía (primando incluso sobre el derecho a la vida o la libertad de conciencia) y también el modo normal de entenderlos, a fin de hacerlos tributarios para su causa.
Dos tenazas
De esta manera, los derechos sexuales y reproductivos, como punta de la lanza de la ideología de género, y la no discriminación (puesto que todo lo que se oponga a dicha ideología es considerado discriminatorio) se están convirtiendo en las tenazas que pretenden sojuzgar a nuestras sociedades a fin no solo de que toleremos su particular modo de pensar y de actuar (de ahí la mencionada anulación de la objeción de conciencia), sino que de manera más profunda nos convirtamos en dóciles seguidores, cuando no en convencidos activistas de su causa.
Y todo esto se realiza en nombre de los nuevos ‘derechos humanos’, que al ser revestidos con esta etiqueta adquieren una preferencia absoluta para imponerse ante todo y sobre todos (en efecto: ¿quién podría ser tan desalmado para oponerse a los ‘derechos humanos’?), pretendiendo así adquirir dogmatismo, legitimidad e ‘irresistibilidad’ (perdón por el neologismo) dignos de un Estado totalitario. Pero esta vez, con la peligrosa agravante de hacerse en nombre de estos ‘derechos humanos’.
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