El niño debe entender que no solo tiene que hacer lo que le gusta. Tiene que aprender a perder, a postergar lo que le resulta fácil o placentero y, por último, a enfrentar las dificultades.
Jorge Pacheco
Educador
Las emociones son estados de ánimo producidos por impresiones de los sentidos, por las ideas o los recuerdos. Es imposible que el ser humano deje de sentirlas. Lo que puede hacer es educarse en ellas, y aprender a no dejarse llevar por lo que siente o servirse de lo que siente para obtener un beneficio personal.
Las emociones pueden ser de dos tipos: las positivas, vinculadas al sentimiento de bienestar, como, por ejemplo, la felicidad; y las negativas, vinculadas al sentimiento de malestar, como la tristeza.
En este espacio, quiero referirme a un tipo de emoción que aparece con mucha frecuencia en los niños y los adolescentes, y que suele ser causa de malestar. Me refiero a la frustración.
¿Qué es la frustración?
La Real Academia Española nos dice que el término ‘frustrar’ tiene dos acepciones aparentemente similares. Una acepción es “privar a alguien de lo que esperaba”. La otra es “dejar sin efecto un propósito contra la intención de quien procura realizarlo”.
La primera acepción constituye una acción externa a la persona que siente el efecto de esa privación; por ejemplo: estamos en la calle y pasamos por una heladería, pero por alguna razón decidimos no satisfacer el deseo de nuestro hijo de comprar un helado, inmediatamente, esa privación hará surgir en él un sentimiento de frustración. La segunda es una acción interna, dado que la misma persona quería algo, pero por alguna razón no lo obtendrá; por ejemplo: quiero ir al cine, pero no iré porque he recordado que no tengo dinero.
En el libro La familia que soñé, los autores Mario Pereyra, Laura Oros, Pamela Sicalo y Arnulfo Chico Robles hablan de cómo los sentimientos de frustración en los niños se manifiestan muchas veces a través de actitudes de intolerancia. Es ahí cuando empieza la rabieta, que debe ser entendida como la señal de que algo no le gusta o le incomoda, y que las cosas no están ocurriendo como él quisiera. Si aquello no se corrige, conforme va creciendo su intolerancia, esta se manifestará en alejamiento, mal carácter y falta de comunicación, y si se acumula, se traducirá en respuestas irrespetuosas o expresiones violentas.
Los padres debemos estar atentos a lo que le ocurre al chico para darle ánimo y coraje, para llamarle la atención, para explicarle las cosas.
Tolerar la frustración
Aprender a tolerar la frustración es una capacidad altamente fortalecedora para el individuo y su autoestima. Debemos, pues, educar a nuestros hijos para enfrentar las frustraciones.
La capacidad de tolerar las frustraciones se desarrolla con un entrenamiento específico para aprender a diferir gratificaciones, adecuar expectativas, autorregular enojos y orientarnos más allá de la dificultad inmediata.
En palabras más sencillas: el niño debe entender que no solo tiene que hacer lo que le gusta y que las cosas no se hacen solo por un premio. Tiene que aprender a perder, a postergar lo que le resulta fácil o placentero y, por último, aprender a enfrentar las dificultades.
Es esta la razón por la que es importante que el niño y el adolescente aprendan a expresar en palabras sus sentimientos, de lo contrario, se dificulta la comunicación y no sabremos qué está pasando en su corazoncito. Como padres, debemos ayudarlos a que aprendan a decir con claridad cómo se sienten y a identificar bien esos sentimientos.
Es común, cuando se le pregunta a un niño o un adolescente cómo está o cómo se siente, recibir respuestas como “bien”, “mal”, “más o menos”; pero estas no nos dicen casi nada. Es diferente si aprende a expresarse y distinguir sentimientos como la ira, el desánimo, la pena, el entusiasmo, el decaimiento, la tristeza, la ilusión, la congoja, la impotencia, la frustración. Si sabemos cuál es el sentimiento, podremos, con más claridad, acompañarlo, orientarlo, entenderlo y atenderlo. Una vez que el niño identifique qué siente, debe aprender a encontrar el origen de esa emoción que le produce un estado de ánimo negativo.
Aprender a tolerar la frustración es una capacidad altamente fortalecedora para el individuo y su autoestima.
Los padres debemos estar atentos a lo que le ocurre al chico para darle ánimo y coraje, para llamarle la atención, para explicarle las cosas. Por eso es importante que también nosotros seamos expresivos, que hablemos, que sepamos dar indicaciones, órdenes o sugerencias, según convenga, pero en todos los casos debemos estar preparados para respaldar esa palabra con buen ánimo y energía, es decir, con autoridad.
En todos los casos, mantengamos claro el principio de autoridad. La autoridad debe construirse desde que nuestros hijos son niños. Esperar hasta la adolescencia para poner límites, para hablar sobre los valores importantes o para entrenar en la tolerancia a la frustración es una muy mala idea. El momento es ahora.
¿Cómo ayudar a un niño frustrado? (recuadro)
Un niño o un adolescente frustrado manifestarán su malestar con actitudes hoscas, violentas y poco acogedoras. ¿Cómo apaciguar a un hijo con estas actitudes? Los autores del libro La familia que soñé indican lo siguiente:
- Use muy pocas palabras. Es tentador elevar el tono de voz, sermonear o amenazar. Usar pocas palabras le muestra a su hijo que no van a entrar en discusión. Cuando los niños dicen: “No me puedes obligar a hacerlo”, simplemente responda: “Te amo demasiado como para dejarte hacer lo que quieras”.
- Postergue la lucha de poder. Tómese un tiempo para calmarse y pensar. Comience diciendo: “Voy a hacer algo acerca de esto. Hablaremos más tarde”.
- Dele seguimiento. Frente al comportamiento desafiante, escoja una consecuencia que esté dispuesto a implementar. No darle seguimiento enseña a sus hijos que se olvida, que no les hace caso.
- Guíelo con empatía. Ofrecer palabras bondadosas antes de presentar las consecuencias estimula al niño a pensar sus acciones y ayuda a mantener el amor y el respeto. Diga “esto es muy triste” o “me preocupa la manera cómo has reaccionado”.
- Hable en positivo. Hablar positivamente les enseña a los hijos a tomar buenas decisiones por sí mismos. En lugar de “no puedes jugar hasta que hayas terminado tus tareas”, dígale “siéntete libre de ir a jugar apenas hayas terminado tus tareas”.
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