Cada uno es original y nuevo para los padres, cada hijo es él mismo, es diferente, es diverso.
Jorge Pacheco
Educador
De mi experiencia puedo rescatar cinco verdades sobre la paternidad que quiero compartir con ustedes: Los hijos son fuente de felicidad. Cada hijo es diferente. Amamos a los hijos desde antes que vengan al mundo. Soñamos el futuro de nuestros hijos. La vida se enriquece dándola.
Cuando un padre contempla a sus hijos, realmente el corazón se asombra. La vida nos depara muchas alegrías a través de ellos. Nuestro corazón se ensancha, se hace grande cuando descubrimos cuánto amor somos capaces de tener para darlo a los hijos.
La felicidad
Hay, pues, una primera constatación: los hijos son fuente de felicidad para los padres. Y es verdad, cuando vienen los hijos a nuestro encuentro, cuando son niños, expresan su alegría al vernos, surge una alegría natural en ese encuentro que provoca ternura. ¿O no es muy conmovedora la imagen de un padre que, tomado de la mano de su hijo, camina junto a él hacia el futuro?
Existe un vínculo especial en la relación padre-hijo en cualquier etapa de nuestra vida. Las sensaciones varían, si es recién nacido, si es niño aún, si es adolescente, si está ya en la juventud o si el hijo es ya un hombre adulto. Los hijos, en cualquier etapa de su vida, siempre estremecen nuestro corazón.
Nos llenan de alegría y a veces también de preocupación, pero siempre nos asombran y nos ensanchan el corazón.
Son únicos
Una de las razones de asombro es cuando descubrimos que cada uno de nuestros hijos es único, distinto a sus hermanos, pero inconfundiblemente unido a nuestra sangre, a nuestras costumbres, a nuestros valores, a todo aquello que genéricamente llamamos raíces.
Cada uno es original y nuevo para los padres, y esta es la segunda constatación: ¡cada hijo es él mismo, es diferente, es diverso!
En alguna oportunidad, el papa Francisco contó una anécdota de su familia. Dijo: “Recuerdo que mi madre decía de nosotros —éramos cinco—: ‘Tengo cinco hijos, como cinco dedos’. Y mostrando los dedos de la mano decía: ‘Si me golpean este, me duele; si me golpean este otro, me duele; me duelen los cinco. Todos son hijos míos, pero todos son diferentes, como los dedos de una mano’. Y así es la familia. Los hijos son diferentes, pero todos, hijos”.
Amor desde el vientre
Una tercera constatación es que los padres amamos a los hijos desde antes de que vengan al mundo. Hace un tiempo, con motivo de la celebración del Día del Padre en mi centro de trabajo, estuvo un joven papá cuyo hijo recién tenía 47 días en gestación… Él ya se sentía padre, es más, ya era padre, y ya sentía un cariño entrañable por su hijo.
Ciertamente, se ama a un hijo por ser hijo, no porque sea bonito o por sus cualidades. Un hijo es una vida engendrada por nosotros, pero no es posesión nuestra, hay que aprender a amarlo, así, con libertad y desprendimiento.
Somos felices, el corazón se ensancha y se asombra porque nos hacen felices, porque son un regalo de Dios, porque cada uno es diferente y porque los amamos apenas existen, los amamos antes de que nazcan.
Los papás queremos que nuestros hijos sean intrépidos, que miren el futuro con serenidad, esperanza y seguridad. Para eso estamos, para apoyarlos en sus sueños y ayudarlos en sus dificultades.
Su futuro, nuestro sueño
Una cuarta constatación es que los padres soñamos el futuro de nuestros hijos. Los papás queremos que nuestros hijos sean intrépidos, que miren el futuro con serenidad, esperanza y seguridad. Para eso estamos, para apoyarlos en sus sueños y ayudarlos en sus dificultades.
Debemos transmitirles esperanza y seguridad para que nuestros hijos miren el futuro sin miedos, sino más bien con la ilusión de comprometerse a la construcción de un mundo nuevo, que sea mejor de lo que era cuando ellos lo recibieron.
Los padres queremos, siempre, lo mejor para nuestros hijos y estamos en la disposición de ofrecerles las mejores oportunidades para su desarrollo.
Dar vida
Una quinta constatación es que la vida se enriquece dándola. Al respecto, el papa Francisco dijo en una de sus audiencias, con ocasión del Sínodo sobre la Familia, que “tener más hijos no puede considerarse automáticamente una elección irresponsable. No tener hijos es una elección egoísta. La vida se rejuvenece y adquiere energías multiplicándose: se enriquece, no se empobrece. Los hijos aprenden a ocuparse de su familia, maduran al compartir sus sacrificios, crecen en el aprecio de sus dones”.
De ahí viene la profundidad de la experiencia de ser papá, es esta experiencia la que nos permite descubrir la dimensión más inmensa de lo que es el amor, que jamás deja de sorprendernos y de asombrarnos.
El amor vuelve: honrar a los padres
Entendida la paternidad como un acto de amor constante, esta genera en los hijos el cariño, la admiración, el reconocimiento y la gratitud que no es otra cosa que ese imperativo natural de “honrar al padre y a la madre”.
El papa dirá al respecto que “el vínculo virtuoso entre las generaciones es garantía de futuro, y es garantía de una historia verdaderamente humana. Una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor; cuando no se honra a los padres, se pierde el propio honor”.
Es una sociedad —advierte el papa— “destinada a poblarse de jóvenes desapacibles y ávidos. Pero también, una sociedad avara de procreación, a la que no le gusta rodearse de hijos que considera, sobre todo, una preocupación, un peso, un riesgo, es una sociedad deprimida”.
Ojalá que todos podamos valorar esta experiencia humana tan sencilla y tan grande de ser hijo y de ser papá. Cuando la sociedad se multiplica, hay un misterio de enriquecimiento de la vida de todos, que viene de Dios mismo. Debemos redescubrirlo desafiando los prejuicios y los temores infundados, y aprender a vivir el don de la paternidad con alegría plena.
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