Jorge Pacheco Tejada
Educador y profesor emérito de la Universidad Católica San Pablo
El inicio del año académico suele estar signado por algunos imponderables. Por ejemplo en Perú, las lluvias torrenciales, los considerables daños a la infraestructura escolar y el retraso en el nombramiento y reasignación de docentes suelen ser un contexto más o menos común. Sin embargo, nada de esto nos debe hacer perder el rumbo.
A pesar de los obstáculos, todos deseamos que sea un buen año académico, que los alumnos aprendan, que nuestros esfuerzos obtengan su fruto y que los problemas sean superados con el esfuerzo y la participación ciudadana. Nosotros esperamos mucho de nuestros alumnos y, con seguridad, ellos también esperan mucho de nosotros.
Para los maestros, saber empezar significa tener la actitud adecuada para enfrentar nuestra tarea pedagógica. No debe haber espacio en la educación para los desanimados, negativistas y frustrados. La esperanza es el signo de vida, de espíritu sano. El maestro es el “alegre sembrador”, como decía el himno del maestro de la antigua Escuela Normal de Arequipa.
Nuestros estudiantes son un conglomerado heterogéneo de muchachos de variado origen y realidad, con diversos niveles de preparación previa. Nos cabe una responsabilidad grande para con estos estudiantes, cuyos padres han confiado en nosotros.
Vienen en busca de aprendizajes útiles, pertinentes, suficientes y sólidos que los conviertan en personas mejor formadas, con opción para la realización personal. Vienen a consolidar su personalidad, en busca de respuestas a interrogantes que los apremian. Vienen a fortalecer su autoestima y a hacerse fuertes para enfrentar la adversidad.
La vocación de servicio es inherente al ser humano y la docencia es probablemente la mejor versión del servicio al prójimo. Nuestro trabajo tiene que ser un derroche de ética. No inculcaremos valores pregonándolos por los pasillos o plasmándolos en nuestros murales, lo haremos con nuestro diario actuar.
No olvidemos que la ética docente se muestra en el campo del reconocimiento y respeto de los deberes y los derechos. Si reconocemos que nuestros alumnos tienen derecho a una clase bien preparada, es nuestro deber brindarla.
El maestro enseña con lo que es, no sólo con lo que sabe. Por eso, el maestro es un modelo de vida. ¡Qué importante es que ese modelo sea el adecuado! El maestro tiene que ser alguien a quien valga la pena imitar.
Los alumnos no deben sentir a la institución educativa como un ingrato escollo a vencer, sino como un ambiente donde son queridos y sienten que crecen; donde los ayudan, les exigen, pero los animan y estimulan. Esa debe ser la ventaja cualitativa de nuestra institución educativa.
Da gusto constatar que hay en nuestro medio maestros capaces de un pensamiento positivo, que motivan con su entusiasmo, que tienen una mirada esperanzadora de la educación peruana.
Estoy seguro de que son muchos los maestros que sienten su misión como servicio y como vocación. A ellos nuestro saludo, con la confianza de saber que este será un año pleno de realizaciones educativas para muchos alumnos.
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