Jorge Aliaga Gutiérrez
Docente de la Universidad Católica San Pablo
El ser humano es un ser complejo. Por un lado, sus características distintivas evidencian una perfección mayor que la de las demás creaturas, pero a su vez, es un ser perfectible, es decir, un ser llamado a hacerse cada vez mejor a través de sus acciones y elecciones.
En palabras de San Juan Pablo II, el hombre es un “alguien”, distinguiéndose con esta palabra de otros seres del mundo, resaltando con ello su condición de sujeto. Entonces al hablar de este “alguien”, de este “sujeto”, nos referimos a su condición distintiva de persona, a la cual le viene predicada una dimensión radicalmente distintiva como lo es la libertad.
El hombre, por su condición de persona, y por ende, por ser libre, se encuentra llamado a crecer, a desarrollarse y a realizarse en plenitud. Ese proceso de crecimiento y progreso de sí mismo se lleva a cabo mediante actos y decisiones que le son propios y particulares, con los que se puede identificar.
Desplegar la libertad no es otra cosa que plasmar de forma dinámica nuestra condición personal, es lograr alcanzar objetivos en base a la verdad, el bien personal y común. Aunque, formulado de esa manera, pueda parecer un horizonte lejano, es algo que se repite constantemente en el ser humano, quien desde el inicio de su vida va desarrollándose, modelando ámbitos y culturas que permiten su crecimiento y formación. Esta libertad busca educar, a través de un proceso pedagógico, al ser humano y engrandecerlo como persona, perfeccionarlo y sacar lo mejor de él.
Hablar sobre libertad, entenderla y vivirla permite descubrirla como un proceso educativo natural. Es necesario hacernos cada vez más conscientes de nuestra propia libertad, para guiar los pasos de una educación orientada a un horizonte de plenitud que nos permita desarrollarnos como seres únicos capaces de transformar la realidad desde nuestro conocimiento orientado a la búsqueda constante de la verdad.
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