Fernando Mendoza
Docente UCSP
Casi lo he visto todo. Pasé un terremoto, una ‘disque’ revolución en Arequipa, aluviones, vi eclipses y al cometa Halley, incluso fui testigo de más de una clasificación de Perú a un mundial y ahora, en pleno siglo veintiuno, vivo y sufro una pandemia con nombre y apellido: Coronavirus COVID-19.
Como cuestión general creo que la aparición de una nueva enfermedad es parte de la naturaleza a la cual, no solo le hemos perdido respeto sino afecto. Nosotros, los hombres, con el afán de mejorar nuestra vida la menospreciamos, luego —casi siempre— por medio de una tragedia terminamos por reconocernos pequeños. Solo entonces la valoramos, ya no como ajenos, sino sintiéndonos parte de ella.
Y como es casi seguro que en algún momento encontraremos una cura para el COVID-19, no pasará mucho tiempo para que nuevamente confrontemos nuestra inagotable vanidad.
Parece que no estuviésemos en medio de una pandemia. Vendedores y compradores apretados en espacios reducidos ante la mirada desesperada de las autoridades. Es inútil, somos así por iniciativa propia.
Pero tenemos una forma de menguar las consecuencias de nuestra futura altanería si recorremos este duro presente por la vía de la solidaridad. No hay otro camino. Si en tiempos normales vemos que el dicho popular “cuando llueve todos se mojan”, es cuestionado por aquellos que no pretenden mojarse o los que buscan alguien que se moje por ellos, hoy la cosa es distinta.
En esta oportunidad todos nos vamos a mojar de una u otra manera, hoy o mañana. Lo que corresponde es unir inteligencia y voluntad para encontrar la manera de secar todos juntos la ‘mojadera’ que viene por delante.
El Ejecutivo tomó decisiones que —estemos o no de acuerdo— nos corresponde apoyar. Algo muy cierto es que ante esta inédita situación, la carga se va arreglando en el camino.
Lamentablemente nuestra ciudadanía y de gobierno nos juegan en contra. Es terrible comprobar como nuestra historia de informalidad y desorden se repite una y otra vez. Así ha ocurrido cuando tuvimos que enfrentar otras desgracias, guerras y fenómenos naturales. No acabamos de entender que no es poca cosa.
Que las terribles consecuencias que tendrán las aglomeraciones en los mercados y ferias nos ayuden a aprender la lección. Se dice que nada será igual cuando pase este mal, que cambiaremos. Quiero soñar que ese cambio será para mejor.
En Arequipa, en las zonas comerciales de Río Seco, Avelino Cáceres, Feria del Altiplano y otras más, las personas se aglomeran sin control, parece que no estuviésemos en medio de una pandemia. Vendedores y compradores apretados en espacios reducidos ante la mirada desesperada de las autoridades. Es inútil, somos así por iniciativa propia.
Tales ferias son instalaciones precarias e informales, fueron y son bombas de tiempo que tarde o temprano explotarán. El problema de que exploten ahora es sumamente grave. Aquí no solo existe responsabilidad de los ciudadanos que allí se congregan, sino también hay culpa del Estado. Su falta de voluntad histórica para imponer el orden y la autoridad son clamorosas, las consecuencias de esa inacción la padecemos hoy de forma particular.
Entonces, esa lógica de mercado, de feria informal, se traslada al diálogo entre los ciudadanos y sus autoridades. Los primeros aducen pobreza y necesidad de trabajo, y los segundos aceptan otorgar ‘rebaja’ en la aplicación de la ley pues no los ven como ciudadanos sino como clientes-votantes. Y el cliente-votante siempre tiene la razón.
Que las terribles consecuencias que tendrán las aglomeraciones en los mercados y ferias nos ayuden a aprender la lección. Se dice que nada será igual cuando pase este mal, que cambiaremos. Quiero soñar que ese cambio será para mejor.
Discusión sobre el post