Juan Alonso Sardá Candia
Director del Centro de Liderazgo para el Desarrollo de la Universidad Católica San Pablo
La feroz competitividad, la globalización, el consumo a raudales; entre otros fenómenos, han dado pie a una sociedad del cansancio, en muchos casos, a una sociedad del activismo sin sentido, enmarcada en un mercado complejo, volátil y acelerado.
Una manifestación que se ha intensificado en la actualidad, es la obsesión por los resultados (sobre todo los económicos). Los directivos de instituciones de diversos rubros, han pasado a ser meros fiscalizadores de estados financieros. Cuando se obtiene la meta económica establecida, no parece importar mucho cómo o a costa de qué se hicieron las cosas.
Exacerbar la eficacia, implica al mismo tiempo, sacrificar a las personas; generando con ello la instauración de vicios que, a mediano y largo plazo, pueden comprometer aspectos importantes para la generación de riqueza como la confianza, la veracidad y el crecimiento personal.
Cuando el mercantilismo inunda los lineamientos, políticas y objetivos de una empresa, la toma de decisiones propende a la poca reflexión, da cabida al pragmatismo y se tiende a instrumentalizar a los colaboradores, creyendo que con cualquier tipo de compensaciones pueden pretender hasta lo imposible para el logro de determinados objetivos.
Quienes tienen personas bajo su cargo, no siempre constatan que más allá de una orden, pedido, corrección o sanción está un ser humano libre. La calidad de la dirección se debe medir también por el humanismo que el directivo imprime en sus decisiones.
Nadie que dirija personas puede sostener que esta sea una actividad sencilla; la dirección de personas es una actividad forjadora de carácter y que lleva por finalidad la mejora del comportamiento de los dirigidos. La dirección verdaderamente eficaz es aquella que con el correr del tiempo se convierte en innecesaria, debido a que ha dado paso al autodominio del colaborador.
Dirigir es primordialmente educar, y educar es procurar el crecimiento de los colaboradores. La finalidad de la dirección de personas es lograr un nivel de autodominio en los dirigidos, que los faculte a decidir de forma acertada. Si bien los resultados y la eficacia son la condición de posibilidad para que una empresa subsista, dicha condición no tiene por qué opacar fines como el desarrollo humano y la generación de bienes en dicha institución.
Hoy, vivimos con una imagen desdibujada del empresario, asociada a la del mero negociante o mercader, al que sólo le importa maximizar sus ganancias. Verdaderamente, lo que significa ser un empresario, es lograr que el propio éxito en la producción de dinero, no se contraponga con su deber de formar colaboradores; encontrando, de ese modo, un sentido de su acción que va más allá de lo laboral.
Sostener que la empresa tiene como meta única generar dividendos económicos, constituye una aproximación reductiva. Nadie niega que en la empresa es importante la generación de dividendos económicos, pero este no es el único elemento para medir su éxito. Quizá uno de los mayores logros que una empresa puede tener es, sin descuidar lo productivo, vincularse e impactar en la sociedad positivamente.
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