Manuel Bedregal Salas
Docente del Departamento de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Católica San Pablo
Se utiliza reiteradamente como argumento para algunos planteamientos de reforma —entre ellos de la reforma constitucional—, así como para justificar el fracaso del aparato estatal, el siguiente supuesto: Todo está mal como resultado de la aplicación en las décadas recientes, de una política económica “neoliberal” por parte de gobiernos de “derecha”, aliados de empresarios corruptos e insensibles a las necesidades “del pueblo”.
De esta manera, se fomenta una actitud de rechazo a la empresa privada, al emprendimiento y a la economía de mercado, tratando de librar de responsabilidad al Estado, a pesar de sus evidentes desaciertos. Todo esto ante el silencio cómplice de políticos que deberían defender con fervor y contundencia la libertad y sus logros, pero convenientemente brillan por su ausencia, salvo honrosas, aunque tibias excepciones.
Se recurre a la juvenil memoria histórica de los peruanos —más de la mitad tiene menos de 34 años, o sea que no vivió la hiperinflación ni el terrorismo—. Se apela al dicho fácil y a la retórica populista aprovechando nuestro lado emocional. Casi todos venimos de enterrar a seres queridos en una pandemia que encontró los servicios de salud en pésimas condiciones, coronándonos en los primeros lugares en el mundo con mayor número de fallecidos en relación a la población.
¿Se podría colegir entonces, que estos son peruanos antimercado y antiemprendimiento que creen realmente que el Estado es mejor administrador y que debe hacerse cargo de las empresas del “maldito” sector privado? Que, de esta forma, ¿“todo sería de todos” —como en ningún lugar del mundo ocurre realmente— y que los peruanos usufructuaríamos la “riqueza” de nuestro país? (no más pobres en un país rico, dijeron).
Repaso de la historia
No recuerdan —o no quieren hacerlo— que el Perú ya pasó por eso. Que el presidente Juan Velasco estatizó hasta los hoteles de turistas y que Alan García, en su primer gobierno, mantuvo el modelo estatista subsidiando todo lo que pudo hasta que se dio cuenta que el Estado no genera nada por sí solo y que sin el sector privado no se tendría dinero ni para la luz de palacio de gobierno —luz que ojalá fuera intelectual—. La riqueza proviene de la iniciativa y capital privados, desde el más pequeño comerciante o artesano hasta la minera o corporación más grande. Ellos son los héroes del mundo moderno, los que generan puestos de trabajo que son la fuente de valor.
La falta de rigurosidad en el análisis de la información objetiva disponible, el desconocimiento de temas básicos acerca de cómo funcionan la economía y el país en general y la ideologización de personas y grupos prácticamente alienados, son terreno fértil para sembrar este rechazo a quienes crean riqueza, en una actitud muy dañina y peligrosa.
El Estado empresario en los 80 nos llevó a una hiperinflación devastadora que destruyó la economía, hizo más pobres a los pobres y enriqueció a los compinches del gobierno que manejaban información privilegiada —dólar MUC, por ejemplo—. No es difícil darnos cuenta de que lo que nos dan con una mano a través de precios subsidiados, nos lo quitan con la otra, a través de la inflación. Es sutil y perverso.
Obras paralizadas
Información reciente señala que el Estado tiene paralizados 2346 proyectos públicos por más de 29 mil 700 millones de soles … “De culminarse las obras paralizadas, los ciudadanos podrían acceder a mejor infraestructura pública en sectores económicos tan importantes como transportes y comunicaciones; vivienda, construcción y saneamiento; agricultura; educación o salud, entre otros…”, dice la Contraloría General de la República —aunque tarde, muy tarde— en una nota de agosto de 2022.
¿Entonces, le damos más responsabilidades a este Estado fallido? Claramente, no. La evidencia indica que las personas salen de Cuba y Venezuela y muy pocos quieren volver y que cuando cayó el muro de Berlín la gente corrió hacia occidente, no al revés. ¿De dónde sale ese dinero que maneja el Estado y que nuestros gobernantes son incapaces de convertir en bienestar? Pues, de las empresas y de las personas que trabajamos día a día y pagamos impuestos. Sale del modelo de mercado que —aunque imperfecto como todo en esta vida— ha llevado a la humanidad a las más altas tasas de esperanza de vida, nivel educativo e ingresos de la historia.
Los datos del Banco Mundial están a la mano. En 1960 la gente en el mundo esperaba vivir en promedio 55 años, hoy casi 80. En el Perú, en el mismo período, el indicador pasó de 50 años, a 73 los hombres y 79 las mujeres. Por otro lado, la tasa de perseverancia hasta culminar la educación primaria en nuestro país aumentó de 62 % a 93 %, entre 1970 y 2016, en bien de nuestros niños. Indicadores de progreso existen en todos los ámbitos. El mercado ha traído bienestar.
Para tomar en cuenta
Indicadores más contundentes son el crecimiento de la producción peruana por habitante, es decir, el PBI per cápita, que pasó de US$ 2710 en 1960 a US$ 6505 en 2021 lo que, además redujo la pobreza que era de más del 50 % a inicios del presente siglo, a 20 % en 2019. Por otro lado, se miente al afirmar que la desigualdad ha aumentado, ya que el índice de Gini que la mide, ha disminuido en el Perú de 53.3 a 41.6 entre 1997 y 2019 (menos es mejor).
¿Que el modelo tiene fallas? Por supuesto. Existen rasgos de mercantilismo y corrupción en nuestra economía como consecuencia de una mala aplicación del modelo de mercado ante la presencia de un Estado proclive al delito y la incompetencia, pero que no provienen de sus bases ideológicas fundamentales.
Claramente, quien está fallando es el Estado. Dejemos de lado la retórica populista. Los empresarios y emprendedores han hecho lo suyo, han invertido su capital y cumplido con su parte. Querer darle mayor participación al Estado no tiene sentido. Es seguir una ideología de doscientos años atrás que demostró su inviabilidad dejando a su paso sangre y destrucción.
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