Ximena Llerena Espezúa
Docente del Departamento de Psicología de la Universidad Católica San Pablo
El sufrimiento es algo inevitable. Se puede decir que todas las personas, en algún momento de la vida, tuvieron experiencias que les ocasionaron incomodidad, contrariedad, disgusto, dolor y emociones poco agradables que no quisieran volver a vivir.
Cada experiencia nos ofrece un escenario diferente. Por ejemplo, el fallecimiento de algún familiar cercano, una enfermedad crónica, el despido de algún trabajo, una ruptura amorosa, una mascota perdida, etc., pueden generar sufrimiento; sin embargo, el nivel de intensidad de esta experiencia depende de la percepción que tenga cada persona frente a la pérdida o amenaza hacia su propia integridad.
Por eso, entendemos que el sufrimiento es una experiencia personal y subjetiva, compleja e ineludible en el ser humano que, se hace presente en la dimensión física, psicológica y espiritual, y en los diversos ámbitos donde se desenvuelve la persona, como el familiar, social, laboral, etc.
En nuestra cultura contemporánea, hay una fuerte tendencia a maximizar la búsqueda del placer, en contrarrespuesta a la evitación del dolor y la frustración. Esto lleva a percibir que la vida es efímera y que se debe disfrutar de forma inmediata, centrando la atención en el momento presente, sin tomar en cuenta los propósitos futuros y, menos aún, los sacrificios o incomodidades que se requieren para lograrlo.
Por ello, el sufrimiento es entendido de manera negativa, generando rechazo y evasión a las situaciones que lo ocasionan, pero cuando la persona intenta huir del mismo y se da cuenta de que no es posible, padece con mayor intensidad porque tiene la sensación de que esto impide la felicidad. Quizá el camino para el logro de la felicidad personal no pasa por evitar el dolor sino, por aprender cuál es el verdadero sentido que tiene en la vida del hombre.
San Juan Pablo II en la Carta Apostólica Salvifici Doloris, señala que el tema de la aflicción acompañó a la humanidad desde siempre, es una experiencia que coexiste con el hombre, con su cultura, con su mundo, por lo que permanentemente nos implica. El Papa señala que el sufrimiento no es un camino sin sentido, sino por el contrario, evidencia la capacidad de trascender del hombre, mostrando esa natural vocación de superarse a sí mismo. Entonces, ¿por qué huir, si quizá estamos llamados a comprenderlo e integrarlo a nuestra vida?
En la búsqueda de las cosas deleitables y buenas, debemos evitar huir de la experiencia de sufrir, porque al hacernos conscientes de que es un proceso natural en el ser humano, podremos aceptar y sobrellevarlo mejor. La experiencia del sufrimiento permite que una persona pueda ser consciente de que posee la capacidad de experimentar plenitud y gozo. En este contraste, el hombre descubre con claridad que la vida buena y virtuosa es posible.
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