Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
Tras nuestra independencia, asumimos el sistema presidencialista —como en el resto de América Latina— pero, en las sucesivas constituciones del siglo XIX, se hicieron amplias reformas para tratar de darle más poder al Congreso, con el fin de que pudiera atajar a los caudillos, perfil que se enquistó en nuestros primeros presidentes.
Los caudillos consideran que su voluntad es fuente de derecho y que la ley que la limita es intercambiable, esta escena grafica el marco desde donde Pedro Castillo vio no sólo posible sino probable, que triunfara su golpe de Estado.
Para evitar episodios como el que intentó nuestro expresidente —siguiendo lo expuesto por Carlos Hakansson— es que en la historia constitucional del Perú, se fue configurando un empate entre el Poder Legislativo y el Ejecutivo desde finales del siglo XIX, que se ha asentado hasta nuestra actual Constitución.
Ahora bien, este diseño requiere de un Ejecutivo que corra y un Legislativo que busque atajarlo, pero actualmente, vemos un Ejecutivo que luce cansado sin haber empezado y un Congreso que excede los límites de velocidad y esto no sólo es sui géneris, sino poco sano para el normal funcionamiento de las instituciones del Estado y nuestra democracia.
Se le dio el poder al Congreso para atajar al caudillo, porque se suponía que en su composición habría gente preparada y con suficiente probidad para desarrollar tan importante cargo. Pero con todo lo que se ha sabido de Alejandro Soto (presidente del Congreso), una persona con semejante prontuario y que ha hecho leyes a su medida —de las que ahora se beneficia hasta Vladimir Cerrón—, queda demostrado que el caudillo no sólo podía estar en el Ejecutivo, sino que dicho perfil puede cooptar al Legislativo, convirtiéndose en la más grave amenaza para la estabilidad institucional.
Discusión sobre el post