El maestro confiesa que, este arte marcial, le cambió la vida y busca trasmitir sus conocimientos a los más jóvenes
Juan Pablo Olivares
Mario Ramírez (74), empezó a practicar el karate a los 24 años de edad y tan solo dos años después, se ató el cinturón negro. Es el primer karateka en darle una medalla internacional al Perú y fue en los Juegos Bolivarianos de 1976, en la modalidad de kata; además, fue bicampeón sudamericano, panamericano y subcampeón mundial.
Forma parte de la élite de este arte marcial: es sensei o maestro. Tiene más de cincuenta años de experiencia y posee el noveno dan (una especie de maestría) y por más de cuarenta años, enseña este arte marcial a niños, jóvenes y adultos. Hoy lo hace en su dojo, ubicado en la urbanización La Cantuta, en José Luis Bustamante y Rivero.
Sus alumnos —más bien discípulos— le llaman sensei y le consideran un ´samurái´. Él les inculca el karate como una filosofía de vida. Dice que es un arte marcial que busca la perfección del ser humano en la parte física, psicológica y mental, pero a la vez, es un excelente método de defensa personal.
“Esto significa que, yo jamás voy a atacar primero, yo me voy a defender, pero mi reacción será tan rápida y exitosa que parecerá que fui el primero en atacar. De eso se trata, pero solo lo logran los maestros”, explica.
Disciplina y respeto
En el tatami, sus alumnos realizan movimientos rápidos; hacen sonar la tela de sus quimonos. La concentración es el común denominador entre ellos. El karate está acompañado de la meditación, según Ramírez, esto hace que despierten centros energéticos y liberan las tensiones. “Sin la práctica con la meditación, tenemos un desequilibrio”, advierte.
Desequilibrio que el maestro padeció de adolescente, antes de incursionar en el karate. Ramírez, confiesa que fue una persona problemática. Arrepentido, cuenta que fue grosero y desafiante, pero el karate le cambió la vida.
Ahora al maestro no le gustan los conflictos, en su dojo enseña disciplina y respeto. “Desde que soy karateka, he peleado una o dos veces defendiendo a personas que estaban en peligro. El arte marcial es vencerse a sí mismo y no vencer a otros”, asegura.
Mario considera que, es importante que los niños practiquen el karate, pues es una manera excelente de ponerse en forma y aprender disciplina y respeto. El arte marcial —dice el sensei—, es ideal para encontrar la paz interior.
Deporte prohibido
El karate llega al Perú, después de la Segunda Guerra Mundial, pero se practicaba a escondidas, no era algo público; luego se masifica por las famosas películas chinas. “Antes, decían que el karate era para matones”, dice Ramírez.
Sin embargo, para cambiar esa mala fama, trabajaron mucho. En Arequipa, la gente que empezó a practicar y darlo a conocer, fueron profesionales, la mayoría médicos y abogados.
Practicaban este deporte, gente de ‘cierto’ nivel económico y tomó notoriedad en 1981, luego se masificó con la aparición de las academias o clubes. Antes había una sola liga, ahora hay más de quince.
Ramírez, es perfeccionista, confiesa que le gusta más el kata (el arte marcial de combatir con rivales imaginarios), que el kumite (combate). Dice que el kata, es el espíritu del karate. “Si no hay kata, no hay karate. El kata te da velocidad, potencia, equilibrio y concentración”, señala.
Para sobresalir en esta modalidad, hay que desarrollar perfectamente la técnica, un error puede ser fatal. Dominar esta modalidad puede llevar 20 o 30 años de preparación”, sostiene.
A diferencia de otras artes marciales, el karate ofrece una lucha sin armas y se calcula que más de 60 millones de personas lo practican en todo el mundo, convirtiéndolo en el segundo arte marcial con más aceptación, por encima del judo y por detrás del taekwondo.
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