César Ventura Pizarro
Meses antes, Miguel me habló sobre la posibilidad de acompañarlo en su eventual participación en Caminos del Inca. Pasaron varias semanas sin recibir noticias, hasta que siete días antes del inicio de la competencia, llegó la llamada de confirmación.
Enrumbaríamos a Lima un día antes de la partida, dos días después continuaríamos un intenso viaje para completar las nueve regiones de esta aventura de doce días. Para él, con 10 años como piloto era su primera vez en el rally más largo del país. Para mí, sin experiencia alguna en el deporte de los fierros, también era mi primera vez haciendo cobertura de una carrera automovilística como esta.
El trajín diario
Una noche antes de cada tramo de la competencia, los carros de auxilio mecánico, incluido el que me transportaba, partían a diferentes zonas de las rutas. La butaca de una camioneta se convirtió en mi lugar de descanso y trabajo por varios días. Tal es así, que redacto está crónica camino a Pumamarca, Cusco.
Dormir se volvió además de una necesidad, una obligación, pues cada noche nos esperaba una ocurrencia. Una de estas fue presenciar el despiste de una camioneta de auxilio, como la nuestra, en la vía Huancayo – Ayacucho. Tocó ayudar, hasta remolcar la unidad. Ese vehículo no fue el único en accidentarse esa noche, reportaron un despiste más. Ambos incidentes, para buena fortuna de los ocupantes, solo tuvieron consecuencias materiales.
El día más largo empezó la noche que partimos de Ayacucho a Abancay, el clima no fue inconveniente, pero el cansancio sí. Viajamos toda la noche hasta llegar al final de la primera ruta de competencia de ese día, para esperar a nuestra tripulación. Las noticias no fueron buenas, Miguel y Walter —su copiloto— llegaron sin frenos. El equipo mecánico atendió el problema y esa misma tarde tocó ir a Cusco. El cansancio del conductor y los mecánicos era evidente, me tocó tomar el timón.
A Cusco, además de cansados llegamos desmotivados, Miguel había recorrido las tres rutas de competencia con problemas en los frenos. Pasamos del puesto 8 en la general al 41, y del segundo en nuestra categoría al último; sin embargo, seguimos adelante en busca de una oportunidad para recuperar el tiempo perdido.
Una dura competencia
El primer día de competencia fuera de la capital tuvo como destino Huancayo. Partieron 135 tripulaciones, llegaron 116. Ese inicio fue la advertencia de lo que vendría los días siguientes. Cada día tuvo dos a tres rutas de competencia. El final de cada una, era también el final del rally para más de una tripulación. La última etapa de Arequipa hacia Cusco, inició con apenas 78 tripulaciones.
No hubo ruta más complicada que la de Huancayo – Ayacucho. Nosotros íbamos detrás del carro de cierre de la competencia. Durante el trayecto vimos más de un vehículo de carrera despistado, paralizado o en reparación, dos de ellos acabaron al fondo de un barranco. Fue en esa ruta en que el cuatro veces campeón, Raúl Orlandini, llegó con tres ruedas al final de la etapa y se vio obligado a abandonar el rally. El cusqueño Fausto Farfán —hasta ese momento primero en la clasificación general—, también la pasó mal, había caído a un precipicio, por suerte fue auxiliado por pobladores de la zona y pudo continuar. Miguel, había golpeado el neumático posterior derecho y llegó al final de la ruta con la rueda casi desprendida. No obstante, se mantuvo como segundo en su categoría.
Parques de asistencia
De los doce días de competencia, cuatro eran de descanso, que paradójicamente eran los días de más trabajo para los equipos mecánicos. Estos días transcurrían en los denominados parques de asistencia, que se convertían en el lugar de apoyo mecánico, alimentación, descanso y oportunidad para compartir experiencias con otras tripulaciones.
Hubo una gran diferencia entre el primer parque de asistencia en Huancayo y el último en Arequipa. En el primero, la multitud de equipos, orden y limpieza saltaban a la vista. En el último, el desgaste de las carpas, uniformes y mobiliario era más que evidente.
EL DATO
Miguel y Walter, terminaron segundos en la categoría Tracción Integral Ligth. Además, tras ser relegados al puesto 41, acabaron en la posición 15 de la clasificación general. Ronmel Palomino se consagró como ganador de la general.
Una experiencia inolvidable
Al cierre de la crónica, el rally no había terminado. La meta para muchos era culminar la competencia, para unos pocos luchar por alcanzar el podio. Las diferencias entre equipos eran notorias. Equipos de corto presupuesto con un solo carro de auxilio mecánico, así como otros con hasta ocho vehículos de auxilio, cocineros y otras unidades para transporte de mobiliario y repuestos.
La fortaleza física de los pilotos y equipos es determinante, pero mucho más la fortaleza mental y la capacidad de resolución de conflictos. Los pilotos no solo son responsables del timón de un auto, sino de la conducción de un grupo de personas.
Fuimos ocho compañeros en esta aventura, Miguel Quispe, piloto; Walter Achata, Copiloto, Udolfo Quispe, jefe de equipo; ‘Loco’, que nunca reveló su nombre, mecánico; Maglio Pérez, mecánico; Jaime Tito, mecánico; Pepe Rossell, encargado de logística; a mí me tocó ser el community manager. Al inicio de esta travesía solo conocía a Miguel, hoy puedo considerar compañeros y amigos a todos ellos.
Esta experiencia me deja un aprendizaje de compañerismo, trabajo en equipo y, sobre todo, manejo de emociones en situaciones límite. Sentíamos ansiedad, cada vez que esperábamos a Miguel y Walter; tristeza, cuando llegaron antepenúltimos a Cusco; fastidio, cuando no nos poníamos de acuerdo; alegría, los días que se iba escalando posiciones; fatiga, las noches que tocaba pernoctar en el carro. Todas esas emociones se sostenían con la finalidad de llegar a la meta. ¡En hora buena!, nunca perdimos de vista ese objetivo.
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