César Belan
Para muchos aficionados a las películas de acción o de ciencia ficción, los efectos especiales son fundamentales. Incluso algunos podrían señalar que es lo único importante. Películas como Independence Day (1996) y Dante’s Peak (1997) vendrían a confirmar esto. Sin embargo, Skyline: La invasión (título en Latinoamérica) es la mejor prueba de que una cinta sin un guion —al menos mediocre— nunca será considerada como tal.
Millonaria
Skyline: La invasión es la segunda película de los hermanos Strause, galardonados técnicos en efectos especiales, quienes, envalentonados por sus éxitos en este rubro, decidieron emprender una carrera como directores (invirtiendo seis millones de dólares de su fortuna personal).
Donald Faison, actor secundario en Scrubs, representa a Terry, un exitoso agente de efectos especiales que invita a Jarrod, su —no tan exitoso— excolega y amigo de la infancia, a celebrar su cumpleaños. En la primera media hora, una estereotipada serie de sucesos íntimos y dilemas personales —de los que resalta la renuencia de Jarrod a aceptar su paternidad— no lograrán involucrar al espectador más allá de lo mínimo indispensable.
Acto seguido, y como consecuencia de una —tan insólita como inoportuna— invasión alienígena del planeta, los roles planteados al inicio darán un giro de 180 grados, haciendo de todos los personajes superhéroes de cualquier mal cómic: nuestra incapacidad de asumir un compromiso se desborda y sublima hasta evocar una ridícula invasión alienígena para evadir las temibles relaciones humanas de la vida real.
Inverosímil
Asistimos, por lo tanto, ante una obra que, bajo la excusa de narrar cualquier ficción, nos regala una serie de situaciones inverosímiles, pero no por eso menos logradas secuen-cias de explosiones, rayos luminosos, naves espaciales y demás fabulosas escenas; todas inscritas dentro de un –tampoco– nada creíble drama personal. A pesar de sus méritos visuales, la película de los Strause decepcionará al más encandilado seguidor del sci-fi, simplemente por subestimar la columna vertebral de cualquier filme: el guion.
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