Sus versos son producto de la revelación de quien va entendiendo la realidad como un todo que lo excede.
César Belan
Antonio Machado, brillante poeta de la generación del 98, alguna vez señaló: “Yo veo la poesía como un yunque de constante actividad espiritual, y no como un taller de fórmulas revestidas de imágenes más o menos bellas”. Esta frase constituye un buen pretexto para examinar la más reciente obra de Carlos Llaza, joven escritor arequipeño.
En el mundo del hipertexto, el hipervínculo y el emoticono, tener la ardua y delicada tarea de poeta deviene en actitud que linda con lo ingenuo o lo heroico: un individuo que a la usanza de los viejos artesanos medievales cincela —una y otra vez— la palabra y el silencio hasta develar el significado profundo de la realidad. Y esta difícil tarea se torna aún más ingrata cuando se pretende que todo ruido insulso y vacío sea llamado poesía. Esto es lo que pretenden aquellos que narrando su ‘maravilloso mundo interior’ hacen recuento de nimiedades y ordinarieces nacidas de una egolatría enfermiza, y llaman a ello arte ‘provocador’ y ‘rupturista’. Esos son los ‘poetas’ descartables que suelen llenar la escena local y nacional, y que ascienden por las puertas falsas hasta los parnasos locales. Es por ello que una obra como la de Llaza es algo digno de celebrarse.
Arte verdadero
Los versos de Llaza no hacen piruetas verbales o juegos de ingenio con referencia a la ‘última filosofía de moda’. Son producto, más bien, de la revelación de quien va silenciosamente entendiendo la realidad como un todo que lo excede, y que, postrado ante ella, pretende expresarla de la manera más fiel posible mediante las palabras.
Llaza se abre a la trascendencia, por eso su arte es verdadero. Como un filósofo realista, su primera referencia para construir su poética es su cuerpo. Una experiencia sensible sin atenuantes. Así como en Gottfried Benn y especialmente en Vallejo, sube sus poéticas escalas de Jacob tomando conciencia de sus íntimos estertores y los rumores de su sangre: Para el corazón la vida es simple:/ late mientras puede./ Tarde o temprano, en cualquier momento,/ los latidos cesan/ y la sangre corre […] los miembros se ponen rígidos,/ los intestinos drenan–/ estas primeras transformaciones/ son lentas e inexorables como en un rito.
Esta meditación sobre la contingencia humana (plasmada en el cuerpo) que se abre anhelante hacia lo absoluto (la palabra) es el motivo que inspira sus mejores versos. En ese sentido, su texto Hueso y pellejo puede muy bien fungir como una declaración de Si yo creyese que cuerpo/ y alma son cosa aparte/ mi autorretrato sería/ el esqueleto de mi ropa/ enroscado sobre sí mismo/ en un rincón de este cuarto.
Dato
Carlos Llaza (1983) es poeta, traductor y profesor. Graduado de las universidades de Edimburgo y Oxford. Actualmente, vive en Glasgow.
Reflexión metafísica
Cosa digna de resaltar en estos tiempos de prosopopeyas vacías, es cómo la reflexión metafísica de Llaza se aquilata y adquiere el sentido mediante el pulcro uso del lenguaje. Su cuidada técnica logra la fusión entre significante y significado: en suma, la razón de toda poesía. Sus figuras, sus silencios y su ritmo forjan verdaderos objetos poéticos mediante los cuales el lector vislumbra, quizás por un instante, la luminosa complejidad del Ser. Hablamos de artefactos creados ya no por la hipertrofia del Yo del hablante, sino que —siguiendo la pauta de T. S. Elliot y de Ezra Pound— surgen del extrañamiento de un autor que se esmera por cincelar una experiencia plena mediante la evocación sonora de las palabras.
Así pues, en la obra de Llaza se advierte oficio y dedicación verdaderos. Versos en los que rezuma una melancolía tan dulce como fructífera. Aquella que solo es posible viviéndola en toda su plenitud y sopesándola –discerniéndola– en la balanza del lenguaje. En ella, no caben juicios de los que condenan al hombre en vez de redimirlo mediante la empatía. Incluso mediante el humor, la poesía de Llaza trata de restituir la condición humana, haciéndonos discurrir con sus palabras el doloroso y luminoso camino por el que transita cada hombre.
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