Víctor Condori
Historiador
Juan Pío Tristán y Moscoso, nació en Arequipa en 1773 en el seno de una destacada familia de la elite local y como tal, fue enviado tempranamente a España con el fin de completar su formación militar, como parte del Regimiento de Infantería Soria, que había llegado años antes para luchar contra la rebelión de Túpac Amaru II.
Luego de su regreso a Perú, casi dos décadas después, participaría activamente junto a su primo, el brigadier José Manuel de Goyeneche, en numerosas campañas militares defendiendo las banderas del rey contra los movimientos insurgentes del Alto Perú y las fuerzas patriotas enviadas por el gobierno revolucionario de Buenos Aires.
A lo largo de esos años (entre 1816 y 1822) ocupó importantes cargos dentro de la administración española, como intendente de Arequipa y presidente de la Audiencia del Cuzco. Fue ascendido al grado de Mariscal de Campo por el virrey José de La Serna y en diciembre de 1824, se encontraba residiendo en Arequipa cuando se produjo la derrota realista en la batalla de Ayacucho.
La Audiencia del Cuzco
La noticia de la derrota del ejército realista y la captura del virrey La Serna en la pampa de la Quinua, fue llevada a la ciudad del Cuzco —última capital del Virreinato— el 16 de diciembre, por el comandante Antonio García, quien dio parte de lo sucedido al gobernador y presidente de dicha audiencia, el general Antonio María Álvarez.
Sin pérdida de tiempo, esa misma noche, la autoridad española convocó a los miembros de la Audiencia, jefes militares y vecinos más importantes de la ciudad a una junta extraordinaria de corporaciones, con la finalidad de adoptar las medidas más adecuadas y urgentes que dicha situación requería.
La primera y más importante de ellas, tendría como objetivo reunir los restos del ejército realista, dispersos en las provincias de Cuzco, Puno y Arequipa a fin de organizar la última resistencia contra el avance patriota; en ese sentido, se nombró como nuevo virrey, al mariscal de campo, Juan Pío Tristán y Moscoso en reemplazo del mencionado La Serna.
El nombramiento de Tristán estuvo determinado no solo por su condición de oficial de más alta graduación dentro del ejército real, también por los enormes recursos personales y familiares que disponía, así como sus buenas relaciones con distintos oficiales y funcionarios coloniales, como el intendente de Arequipa, Juan Bautista de Lavalle, el mariscal de campo Jerónimo Valdés (su compadre) y, sobre todo, el rebelde general Pedro Antonio de Olañeta, quien comandaba una fuerza de 4 000 soldados acantonados en el Alto Perú.
La juramentación del virrey
Así las cosas, el 21 de diciembre llegó a la ciudad de Arequipa la noticia de su nombramiento y todo parecía indicar que, en un principio, don Pío simpatizaba con aquellos planes de resistencia y continuidad del régimen español. Según refiere el historiador Mariano Torrente (1829), Tristán “desplegó en los primeros días la mayor energía a favor de los reales derechos, prestó e hizo prestar nuevo juramento de fidelidad al monarca español haciendo solemnes protestas de sacrificarse en su defensa”.
Con respecto al juramento, las autoridades arequipeñas convocaron una reunión extraordinaria en los ambientes del ayuntamiento de la ciudad para el día 24 de diciembre. Llegada la fecha y delante de las corporaciones de gobierno civil y eclesiástico, jefes militares y oficialidad, el nuevo virrey pronunció las siguientes palabras:
Yo Don Pío Tristán y Moscoso, Virrey gobernador y Capitán general de las provincias del Perú, juro a Dios nuestro señor y a vos el rey que como tal vuestro Virrey defenderé al sacro santo misterio de la purísima concepción de María santísima señora madre […] que despacharé las causas con arreglo a vuestras leyes, redes, cédulas y ordenanzas[…] no me desviaré del derecho, ni de la justicia y que guardaré en todo las leyes y ordenanzas del Consejo; lo que si así hiciere Dios nuestro señor me ayude y al contrario me lo demande. Amen.
Entre los firmantes del acta, se encontraban las principales autoridades políticas de la ciudad de Arequipa, como el intendente Lavalle, los alcaldes Luis Gamio y Manuel López de Romaña y los regidores, Joseph Ramírez Zegarra, Juan Antonio Montufar, José Mariano de Cossío, Manuel Fernández de Arredondo, Manuel Roiz del Barrio y Mariano Blas de la Fuente.
Lamentablemente, a pesar de toda la solemnidad y entusiasmo exhibidos por los participantes en dicha juramentación, en los siguientes días, los ímpetus iniciales del virrey arequipeño comenzarían a ceder ante el desánimo. ¿La razón? Las continuas deserciones de los batallones realistas y la noticia de la llegada de un poderoso ejército patriota. En tal situación, luego de sopesar todas las posibilidades y sus propios intereses económicos, Tristán llegó a la conclusión que, “ya no estaba para resistencias imposibles”.
La Capitulación de Ayacucho
Ante la proximidad del arribo del prefecto nombrado para Arequipa, coronel Francisco de Paula Otero, Tristán licenció la mayor parte de las tropas que se encontraban acantonadas en la ciudad y luego de recibir las copias oficiales que contenían los acuerdos de la Capitulación de Ayacucho (30 de diciembre de 1824), publicó una proclama dirigida a todos los peruanos donde renunciaba a su cargo de virrey, reconocía la victoria patriota y se comprometía a obedecer a las autoridades republicanas.
Peruanos: La batalla del 9 del corriente en Quinoa de que os hablé el 22 fue enteramente celebrada a consecuencia de este suceso y hoy se publica para su cumplimiento. El nuevo sistema de gobierno en que vais a entrar, reclama el ejercicio de las virtudes que forman su base y que os hará felices. Yo espero que la República del Perú será administrada por ellas, mediante la observancia de las leyes civiles y militares que el Congreso haya sancionado. Hasta la publicación de estas, por el señor comisionado que se espera, deben regir las actuales, con sumisión a las autoridades constituidas. Os recomiendo pues la unión, la subordinación y la probidad en todas vuestras acciones.
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