Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo
Filosófo
Cuando hablamos de doctrina social de la Iglesia (DSI), pensamos en preceptos o principios aplicables a la política, la economía y la empresa, básicamente. Sin embargo, aunque es la misma Iglesia la que define a la familia como “la célula primaria de la sociedad”, no es muy común estudiarla en virtud de la estructura de los principios de la doctrina social de la Iglesia, sino más bien en su dimensión interna, ligada casi exclusivamente a lo personal. Un análisis así de la familia, ¿qué aportes nos podría generar?
Si recurrimos al capítulo cuarto del Compendio de la doctrina social de la Iglesia, donde se exponen sus principios, podremos ver cómo ya en el bien común, el primero de estos principios, se habla de que este se debe aplicar también a la familia: “Ninguna forma expresiva de la sociabilidad –desde la familia, pasando por el grupo social intermedio, la asociación, la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la misma comunidad de los pueblos y de las naciones– puede eludir la cuestión acerca del propio bien común, que es constitutivo de su significado y auténtica razón de ser de su misma subsistencia”.
Y así, encontramos que el resto de los principios también son aplicables a la familia. Pues, ¿dónde aprende el niño a compartir, sino con su hermano en la casa? ¿Quién le enseña a un pequeño el justo medio entre lo que es de uno y lo que es de todos? Es imposible pensar en el principio del destino universal de los bienes y el de la solidaridad sin tener en cuenta estos valores y aprendizajes generales que se desarrollan en la familia.
De igual manera, en las relaciones entre los subsistemas familiares también encontramos la aplicación de estos principios. Los padres y hermanos mayores, ¿no cumplen acaso el principio de subsidiaridad con los menores de la casa? Si esto no se diera, los más pequeños, simplemente, no llegarían a grandes.
Y si estos elementos tienden a darse naturalmente, ¿cómo no podrían mejorar si se hiciesen de modo consciente y elaborado? Incluso el principio que parece más lejano, el de la participación, si se procura crecer en él de modo deliberado, se podrá encontrar que en la familia también tiene cabida.
Evidentemente, no por medio de unas elecciones participativas, pero sí por medio de un diálogo interno en el que toda la familia es partícipe, en la medida de los roles de cada uno, las decisiones, los aciertos y los desaciertos familiares, pues a todos les compete y todos se alegran y se entristecen con ellos.
De este modo, es lógico pensar que si la atención a las familias y su estudio se enfocase así, el beneficio podría ser muy amplio. Mas vea el lector que uso el condicional, el ‘podría ser’, pues quizá es una utopía inalcanzable, como esa teoría que buscaba Einstein para vincular el macrocosmos con el microcosmos. Quizá la aplicabilidad de los principios de la doctrina social de la Iglesia a la familia tiene una hondura muy pequeña. El hecho es que mientras no se profundice en este estudio será difícil poder evaluarlo.
El dato
Sería también interesante investigar la aplicabilidad de estos principios no solo a las familias nucleares, sino a la interrelación de varias familias.
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