Víctor Condori
Historiador
Daniel Florencio O’Leary (1801-1854), fue un militar y político irlandés, quien con sólo 17 años se embarcó rumbo a las costas de Venezuela para luchar en la guerra de Independencia de esa región. Fue parte de un cuerpo de voluntarios británicos, conocido como los Húsares Rojos.
En 1819 entró al servicio de Simón Bolívar y se convirtió en el primer edecán y uno de sus hombres más cercanos. Junto a él, participó en las principales campañas militares que terminaron con la independencia de Venezuela, Nueva Granada, Quito y el Perú.
Después de la muerte del Libertador (1830), O’Leary se desempeñó en diversos cargos diplomáticos, a la par que se abocaría a la tarea de reunir y ordenar toda clase de datos y documentos relacionados con la guerra de Independencia y la vida de quien llamó, “el hombre más extraordinario”. Tal archivo, sería incrementado año tras año, con cartas y demás papeles solicitados a amigos comunes y compañeros de armas.
Finalmente, esta valiosa y abundante documentación fue publicada en 31 volúmenes, por su hijo Simón Bolívar O’Leary entre 1879 y 1888, contando con el auspicio del general Antonio Guzmán Blanco, entonces presidente de Venezuela.
Viaje de Bolívar al sur
Concluida la guerra de Independencia del Perú, el Libertador Simón Bolívar organizó un viaje, casi procesional, en dirección a las provincias del sur del Perú, una región que recién se había incorporado a la patria después de la batalla de Ayacucho. En abril de 1825, partió de Lima junto a una pequeña comitiva conformada por su escolta personal, estado mayor y su edecán Daniel Florencio O’Leary; quien, nos habría de proporcionar una detallada relación de los principales hechos, como se verá a continuación.
En este viaje, dos asuntos llamaron la atención del cronista irlandés: la geografía costera y la recepción que le ofrecieron a lo largo del camino. Acerca de la costa, señalaba, “es un desierto desapacible e inhospitalario, interrumpido de trecho en trecho por arroyos que desprendiéndose de las montañas forman anchas quebradas donde el viajero fatigado encuentra alivio contemplando los verdes campos cultivados, cuya belleza resalta más por el contraste que forma con los estériles arenales”.
Con relación a las atenciones ofrecidas al Libertador a lo largo de su marcha costera, O’Leary nos cuenta lo siguiente: “al acercase a las poblaciones salían los habitantes a su encuentro. Los indios se señalaban más que todos por su entusiasmo en estas festividades, vestidos con los ricos y vistosos trajes que, según la tradición usaban sus antepasados”.
Curiosamente, tales actividades, se observarían incluso en aquellos lugares donde no había pueblos o ciudades; en esos casos, “se improvisaban alojamientos a la vera del camino; y tanto se esmeraban en procurar lo necesario, que ni en aquellos desiertos se echaban de menos las comodidades de las ciudades, anticipándose los habitantes a los deseos del ilustre viajero”, refería el irlandés.
Pero, ¿verdaderamente eran manifestaciones espontáneas o desinteresadas de la población y sus dirigentes políticos? Al parecer no. Algunas autoridades previamente habían solicitado donativos o empréstitos a los vecinos de cada localidad, a fin de poder solventar las recepciones y homenajes de la mejor forma posible. Y, así también lo entendía el Libertador. Pues según O’Leary, “en ese largo camino ni una ciudad, ni un pueblo, ni una villa, ni una aldea dejaron de recibir sus beneficios”.
Este viaje para Bolívar, no sólo tenía como objetivo consolidar el nuevo sistema republicano o darse merecidos baños de popularidad, sino también, averiguar “en todas partes las necesidades locales, examinando las causas de los males de que se quejaban y aplicaba remedio a los abusos que habían nacido durante la guerra”.
Precisamente, al inicio de la guerra de Independencia y en algunos lugares del Perú, se suspendió de manera abrupta la distribución de un eficaz remedio contra la temible viruela (el suero vacuno); por tal razón, apenas pudo, el Libertador “hízola venir de otras partes y propagar de nuevo en todos los departamentos”. Esta no sería la única preocupación con respecto a la salud.
Narra O’Leary, que estando en el pueblo de Caravelí, Bolívar se enteró de que la población del lugar acostumbraba enterrar a sus muertos en una pequeña iglesia; inmediatamente dio un decreto para prohibir, “la inhumación de cadáveres en las iglesias e hizo construir cementerios, fuera del recinto del poblado”. Un mes después, ordenaría al prefecto de Arequipa la construcción del cementerio general de La Apacheta.
“Durante las campañas de Venezuela, Nueva Granada, Quito y el Perú fui asiduo en la colección de documentos, en cuya empresa ayudábanme eficazmente mis camaradas”.
Daniel Florencio O’Leary
Bolívar en la Ciudad Blanca
Después de casi 20 días de entretenida marcha, el 12 de mayo Bolívar y su comitiva hacían su ingreso a la ciudad de Arequipa y fueron recibidos de manera festiva por la población. Relata O’Leary, “la municipalidad y gran concurso de vecinos salieron a recibirle a muchas leguas de la ciudad, llevándole un caballo espléndidamente enjaezado: los estribos, el bocado, el pretal y los adornos de la silla y de la brida eran de oro macizo”.
Empero, para el joven edecán, el homenaje más sentido no lo recibiría de la población sino de las tropas colombianas estacionadas en la ciudad. Se trataba de una división de 3500 soldados comandados por el general venezolano Jacinto Lara. Los soldados de esta división, habían formado dos filas a lo largo de las calles por donde habría de pasar la comitiva, y según cuenta, “el gozo, el amor y el entusiasmo se retrataban en los semblantes de los veteranos al ver de nuevo al jefe idolatrado”.
Durante un mes, diversas instituciones de la ciudad, ofrecieron banquetes y bailes en su honor, sin embargo, menciona O’Leary, “el Libertador seguía incansable su tarea de organizar el departamento, cotejando sus rentas actuales con las de años anteriores e introduciendo reformas en ellas; informándose de los servicios de los empleados del Gobierno, de sus aptitudes, así como de sus opiniones”.
Entre las medidas gubernativas más destacadas, estuvo la convocatoria a dos congresos nacionales, uno en el Perú y el otro en Charcas (la actual Bolivia). Este último, tenía como objetivo decidir sobre el futuro político de la antigua Audiencia de Charcas. Con respecto al comercio de importaciones, principal actividad en aquella época, “dispuso que se estudiase la costa por ingenieros para establecer un nuevo puerto, por carecer el de Quilca de las necesidades adecuadas para el comercio”. Meses después, Islay reemplazaría a Quilca como principal puerto del departamento.
Concluida su agitada labor, el 10 de junio Bolívar partió con dirección a la ciudad de Cusco, con nuevas perspectivas y siguiendo el camino de la sierra. Sobre esta travesía, narraba O’Leary, “las primeras jornadas fueron desagradables y cansadas con motivo del soroche; pero lo pintoresco de las vistas y la novedad del paisaje, hicieron olvidar las penalidades, convirtiendo el viaje en una agradable excursión”.
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