Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
El pasado jueves, en la noche, Kamala Harris se convirtió en la segunda candidata presidencial del Partido Demócrata a la Casa Blanca, después de Hillary Clinton en 2017; la actual vicepresidenta tendrá 70 días para hacer campaña y competir contra Donald Trump a fin de llegar a la presidencia.
Este nuevo panorama se presenta como un giro inesperado pero necesario para los demócratas, ante las señales de senectud de Joe Biden, que le pasaron factura en el debate de CNN con Trump, por lo que tuvo que dejar la carrera por la reelección en julio pasado.
La actual vicepresidenta ha logrado devolverle los bríos al Partido Demócrata en las encuestas, donde Trump ya no se muestra con los números que alcanzó después de sufrir el atentado y tras su performance en el debate con Biden. La “juventud” de Harris ahora le pasará factura a Trump, así como la desventaja de no quedar bien parado al tener que atacar a una mujer, con Biden era mucho más fácil.
Ahora, el perfil de Harris tiene poco que ofrecerle al centro político y ese podría ser su talón de Aquiles, está a la izquierda de Biden, lo que demuestra el nivel de polarización política en EE.UU. Nacida en la capital de la diversidad sexual, San Francisco, celebró bodas gay en California antes de que estas fueran legales, por lo que fueron anuladas; feminista y sin hijos, sus credenciales de “progresista” quedaron validadas al ser la primera vicepresidenta en visitar una clínica de abortos para pedir la restitución de la sentencia de Roe vs. Wade, que había despenalizado dicha práctica en 1973.
Así las cosas, entre un populista de derechas y una activista de izquierdas, tendrán que elegir los electores norteamericanos en noviembre próximo.
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