José Manuel Rodríguez
Teólogo
Docente UCSP
Un signo alentador para la humanidad es la percepción, cada vez más clara en el mundo empresarial, de la necesidad de conciliar la vida personal y el trabajo. Parece evidente que no tiene sentido acumular logros empresariales si, aparejados a ellos, se acumulan grandes fracasos íntimos en los aspectos básicos de la vida: el matrimonio, la familia, los valores personales, la conciencia limpia. Un éxito que termina por hacer infeliz al exitoso no parece ser precisamente eso, un éxito.
La motivación espiritual o ética no puede ser un insumo para la gestión mientras que el único mundo público y verdadero es el económico.
No es fácil dar una respuesta a esta inquietud, se requiere mucho diálogo y comprensión de los dinamismos internos del mundo empresarial y, al mismo tiempo, una cierta ‘cultura sobre la persona’, que necesariamente ha de venir de ámbitos distintos, como las humanidades, la psicología, la filosofía, la teología, la literatura y las artes.
Un error frecuente para responder a esta necesidad es añadir algún tipo de motivación espiritual como un elemento más de la gestión empresarial. Junto al presupuesto, los ingresos, los egresos, la rentabilidad, las planillas, los proveedores, los clientes, la legislación comercial, el capital humano, la gestión de talentos, el liderazgo, se añade a las tareas cotidianas algo parecido a una ‘espiritualidad’ cuyos resultados no son los esperados.
A veces, el esfuerzo —costoso, por cierto— se queda en experiencias emocionales de mediana duración, y los directivos, pasada la novedad, terminan por ‘volver a lo de siempre’. Otras veces, se confunden planos, se despiertan expectativas coherentes con el nuevo ‘discurso humanista’ que la empresa no está preparada para satisfacer, y el resultado es contraproducente: en lugar de mejorar, el clima laboral se enrarece. La motivación espiritual o ética no puede ser un insumo para la gestión mientras que el único mundo público y verdadero sea el económico.
La vida espiritual es en realidad la vida más profunda y auténtica de la persona, un fondo vital que genera la lectura global del mundo que lo orienta desde dentro. En ella se juega todo; según ella, hacemos todo. De la fe que tenemos depende cómo vivimos.
¿En qué consiste, en el fondo, este error? En creer que la vida espiritual es una necesidad emocional y se puede utilizar para mejorar el rendimiento. La vida espiritual es en realidad la vida más profunda y auténtica de la persona, un fondo vital que genera la lectura global del mundo que lo orienta desde dentro. En ella se juega todo; según ella, hacemos todo. De la fe que tenemos depende cómo vivimos. Es el señor al que servimos, el fondo de la conciencia.
Una verdadera vida espiritual no puede ser añadida, tiene que ser descubierta como fundamento de la acción cotidiana. Se basa en principios claros sobre los cuales se construye la empresa: la persona humana como centro, el bien común como fin, la subsidiariedad como gestión, la solidaridad como estilo, las virtudes (justicia, prudencia, templanza y fortaleza) como motivación de fondo. Cuando una empresa se construye sobre esos principios, la vida espiritual inspira la realidad y ordena todo lo demás, se genera un respeto natural a los directivos y un compañerismo propenso a la amistad sana, características esenciales de un buen clima laboral.
¿La vida espiritual asegura la rentabilidad? No, nada la asegura en realidad. Ni la avaricia más feroz la asegura a largo plazo. Lo que la vida espiritual asegura es la felicidad, que es el sentido de la rentabilidad. Por eso no es raro que a largo plazo coincidan.
Discusión sobre el post