Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno José Luis Bustamante y Rivero de la Universidad Católica San Pablo
Para que la democracia funcione se necesita cierta grandeza entre todos los actores del sistema político. Ocupa un primer lugar en ello el reconocimiento del espacio de cada cual dentro del espectro que da forma al sistema, lo que no implica que se renuncie a las particularidades, sino que se reconozca la existencia de los otros y su derecho a participar políticamente. Así mismo, es importante el reconocimiento del derecho vigente y, de querer cambiarlo, se debe recurrir a las herramientas democráticas y renunciar a las vías de hecho, porque la violencia es lo opuesto a la democracia, como lo indicaría Hannah Arendt, tras padecer los estragos del totalitarismo en el siglo pasado.
La grandeza entre los actores políticos en términos democráticos se manifiesta no sólo en el discurso sino también en los símbolos. Carl Schmitt hizo una distinción que nos ayudaría a ver lo que hace falta en el contexto en que nos encontramos para hallar una salida política a la crisis: la distinción del enemigo público (hostis), con el cual controvertimos en la tribuna pública y el enemigo privado (inimicus), que tiene una relación más emocional referente a la esfera íntima, son planos distintos que hoy se confunden con facilidad.
En el Perú este tipo de símbolos hay que recuperarlos, para evitar escenarios como el que hemos estado viendo en Nicaragua bajo el régimen de Ortega, evitar que la confrontación política se lleve al plano privado, degenerando en una judicialización del plano político. El reto queda claro, que no sea la prisión el único lugar donde se tengan que saludar nuestros actores políticos y lamentar del estado de cosas en que degeneró su confrontación, que, a la larga, deja desolado al país.
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