Gabriel Centeno Andía
Para quienes no conocen el santuario de Chapi, hay que precisar que está ubicado en una zona casi desértica y poco habitada, al menos, 361 días del año. Pero entre el 29 de abril y 2 de mayo suele abarrotarse por miles de personas creyentes que acuden —a veces a pie— para expresar su devoción a la Virgen de Chapi, patrona de la ciudad de Arequipa, cuya festividad es el 1 de mayo y resulta la celebración religiosa más importante del sur del país.
Luego de la festividad, los pocos pobladores de Chapi descansan del trajín. Actualmente se puede contar con una mano, la cantidad de familias que residen en este lugar.
Una de ellas es la familia de Estefani Salazar; estudiante de derecho que religiosamente se trasladaba hasta el santuario para visitar a su mamá que se dedica a la agricultura, pero sobre todo al comercio.
Ella (doña Zenobia) tiene un restaurante que se sostiene —durante el año— de las pocas personas que llegan a este lugar en días no festivos y algunas fechas especiales como el Día de la madre. Estefani suele ir cada fin de semana para visitarla y también apoyarla con el negocio, pero en un viaje se quedó confinada por la pandemia y su vida dio un giro inesperado.
“Cuando iba a visitar a mi mamá, no subía al santuario pese a que está frente a mi casa. Muy pocas veces lo hacía para llevar el almuerzo al padre Zacarías o al señor Tomás, pero cuando empezó la cuarentena empecé a ir todos los días”, revela Estefani.
Un día, aprovechando que la joven subió para dejarles el almuerzo al padre y el sacristán Tomás Benavente, ambos le pidieron ayuda para realizar una transmisión de la misa en vivo.
Dos semanas después del inicio del estado de emergencia sanitaria, el padre Zacarías Kumaramangalam quiso usar las redes sociales para trasladar un poco de fe a las personas desde el santuario, pero la señal de Internet no era muy buena y no sabía cómo hacerlo.
Así que ella aceptó, un poco desconfiada, pero finalmente la misa pudo sostenerse en la red, eso sí, con varias ‘colgadas’ de por medio. La joven sostenía más de 40 minutos el celular con su mano y valió la pena, pues esas transmisiones llegaron a más de 33 mil personas los primeros días.
Desde esa ocasión no ha dejado de ir al santuario para participar de las misas y obviamente a transmitirlas en Facebook, incluso ahora es la monaguilla, corista y vendedora oficial del bazar de recuerdos del santuario.
“Yo no sabía rezar el rosario, pero aprendí porque también empezamos a transmitir en vivo esa actividad. El silencio del pueblo durante la pandemia y la compañía de la virgen, me han cambiado por completo”, asegura la universitaria que ha decidido permanecer en este lugar, pese a que ya hay transporte hacia la ciudad de Arequipa.
Nueva normalidad
El santuario de Chapi viene recuperando las visitas estas últimas semanas. Hace más de un mes empezaron las misas presenciales y ya decenas de familias se trasladan a este lugar para expresar su fe.
Actualmente las misas se realizan de lunes a viernes en dos horarios (10:00 a.m. y 12:00 p.m.) y no se celebran con público los fines de semana. Obviamente pueden verlas por Facebook (Santuario de la Virgen de Chapi), pero algo que ha llamado la atención es la presencia de niños.
“Sí, vienen muchos niños. Parece que los padres quieren darles un respiro y los traen al santuario para que se despejen un poco. En realidad, no tenemos problemas con eso, no podemos restringir el ingreso, además tampoco contamos con personal, pero insistimos en que se cumplan las medidas de seguridad como el uso de mascarillas y limpieza de manos”, asegura el sacristán.
La misa definitivamente es distinta. Ya no hay agua bendita dentro de la iglesia, los abrazos fueron reemplazados por una venia con la cabeza, la comunión es previa desinfección de manos y todos deben conservar sus mascarillas todo el tiempo. Los sacerdotes a cargo de las celebraciones son los encargados de recordarlo siempre.
Así transcurren los días en el santuario, donde las pocas personas que se quedaron confinadas se acostumbran nuevamente a los visitantes, retomando sus actividades comerciales y esperando, con mucha fe, que la situación sanitaria mejore para no experimentar otra vez el aislamiento y sobre todo el silencio lúgubre que envuelve —con o sin pandemia— a Chapi.
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