Manuel Rodríguez Canales
Teólogo
Bueno como ando en esto del periodismo radial, pues me da por pensar en lo que hago a pesar de la velocidad y ferocidad del torrente de información que tengo que leer al aire todos los días.
No comparto el pernicioso cliché que hace del periodismo una especie de juzgado popular que lincha al quejado sin más información que la queja y la indignación justa o no del quejoso. Aunque no suene políticamente correcto tampoco me parece que sea mí deber ser un Robin Hood o un Luke Skywalker que lucha contra el imperio y hace justicia. No soy fiscal, ni policía, ni juez.
Mi tarea es informar y para eso la primera y principal herramienta es preguntar. No dudar, no suponer, no acusar, ni morder al entrevistado para satisfacer la sed de un imaginario circo popular. Preguntar es un arte que requiere la paciencia y la serenidad de estar informado antes, de conocer la postura contraria a la propia y a la del entrevistado, es ayudar a buscar la verdad del asunto. La información debe brotar de un diálogo real, honesto e inteligente.
Concuerdo en que un periodista no debe ser concesivo o limitarse a dejar hablar, pero no concuerdo con ese estilo de niño terrible que no pocos colegas asumen como una especie de moda obligatoria. En verdad me repele por su inmadurez, su toque de farándula, su búsqueda angurrienta de quince minutos de fama.
Y peor es que no falta quien piense que de eso se trata el olfato periodístico. No falta quien en lugar de la verdad y lo que ayuda, busca lo que hace ruido, lo que fastidia sin razón, lo que irrita y genera conflicto por el conflicto en sí.
Informar es educarse uno mismo y educar a los demás como a uno mismo, digo parafraseando al Evangelio. Y como en todo lo que se parece al Evangelio no faltará la persecución para el que intenta hacer periodismo.
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