Juan Pablo Olivares / Rolando Vilca Begazo
A los 57 años de edad, Julio Ernesto Granda Zúñiga, ya vive como un veterano. Refugiado en la “horticultura ecológica” como denomina a su nueva pasión, el gran maestro internacional (GMI) del ajedrez ahora prefiere enseñar las mejores jugadas de aquel deporte que le permitió saborear la gloria y disfrutar del reconocimiento mundial.
Claro, nunca abandonó el campo y menos a su Camaná de toda la vida. Por eso es que desde donde estaba, ya sea compitiendo por un nuevo galardón o por un premio económico, siempre regresaba para sentir la tierra bajo sus pies descalzos, mientras caminaba por los campos de cultivo.
“Volver al campo fue de alguna manera volver a mi niñez, a rescatar mi infancia que cambió completamente por el ajedrez”, nos contó hace poco, en la antesala de su participación en la última edición del Hay Festival, en Arequipa.
Como él mismo reconoce, el ajedrez se convirtió en su lenguaje materno. Aprendió a jugar el deporte ciencia, antes de que pudiera leer y escribir.
El legado paterno
Su padre, un apasionado por el ajedrez, compartía sus labores del campo con la enseñanza de la destreza para transitar por el tablero, hasta acorralar y derrotar al rey del oponente. No obstante, ese privilegio estaba destinado sólo para sus hermanos mayores y Julio Ernesto debía contentarse con ver y oír; y eso bastó para despertar su talento natural que después le daría muchas satisfacciones.
Daniel Granda, el padre de Julio Ernesto, priorizó la enseñanza del ajedrez a los hijos que ya asistían al colegio, es por eso que fue postergado inicialmente. Pero luego se cobraría la revancha, ganándoles a sus hermanos mayores y al mismo Daniel.
Vivir como millonario sin serlo
A Julio Ernesto, el ajedrez no sólo lo hizo famoso, también lo hizo culto y le permitió ganar dinero. “Llevaba una vida de millonario porque viajaba mucho, me hospedaba en lujosos hoteles y tenía buena comida. Vivía como millonario sin serlo”, asegura.
También admite que malgastó el dinero que ganó con el ajedrez. Era una “máquina” de gastar dinero y si no hubiese sido por su familia, ahora no tendría nada.
Aunque tampoco le preocupó pensar en qué hubiera sido de su vida sin dinero, porque ante un escenario favorable o desfavorable, siempre trata de disfrutar la vida sin frustraciones, siendo autocrítico y aprendiendo de los errores cometidos.
“En algunos momentos me mareó la fama, pero estoy contento y tranquilo de no tener mucho dinero, porque el dinero te manipula a ti y a tu entorno […]”, reflexiona.
Pura genialidad
Julio Ernesto nunca se dedicó a tiempo completo y de manera profesional al ajedrez. A diferencia de otros campeones mundiales que enriquecían su formación y preparación con libros y un sólido equipo de entrenadores y asistentes, él confiaba más en su talento e ingenio para superarse y corregirse a sí mismo.
Cuando tenía diez años y después de perder ante el gran maestro argentino Jorge Szmetan, este le envió desde Buenos Aires los cuatro tomos del Tratado General de Ajedrez, de Roberto Grau. Aunque sólo llegaron los dos primeros por courier –los otros dos se extraviaron–, Daniel Granda se encargó de resumir y explicarle lo mejor de la teoría a un precoz Julio Ernesto, que por entonces estaba más interesado en jugar a la pelota con sus hermanos y amigos.
Años después, reconoció que, tal vez, el único libro sobre ajedrez que leyó completo, a lo largo de su vida, fue Mosaico ajedrecístico, del célebre Anatoli Kárpov. Definitivamente lo suyo era puro talento, autoaprendizaje y mucha disciplina.
Últimas partidas
Los logros conseguidos por Julio Ernesto Granda, son parte de la historia peruana y mundial del ajedrez. Sin embargo, los años no pasan en vano por el peruano más exitoso en este deporte.
A sus 57 años, empezó a tener problemas para dormir. Le cuesta conciliar el sueño. Es muy sensible al ruido y eso le afecta. Cree padecer de insomnio. Asume que se debe al esfuerzo físico y mental que hacía para competir a alto nivel. Eso, al parecer le afectó el sistema nervioso.
“Cuando vivía en España, vivía prácticamente entrenando y en competencias. Ganar un campeonato dependía de una constante preparación y esfuerzo, eso quizás fue afectando mi salud”, dice algo resignado.
En 2008 se fue a vivir junto a su familia a España y allí estuvo 10 años. Un amigo le permitió llegar a Salamanca. Vivió en medio de la crisis económica que golpeaba a Europa, además de la presión y el estrés por ganar competiciones para llevar dinero a casa. Al final y después de una lucha interna (familiar) decidió volver y retornó a Camaná con sus dos hijos varones, las dos mujeres se quedaron allá.
El último torneo en el que participó fue en 2019, en Buenos Aires, Argentina y no le fue bien. Ahora quiere poner punto final a su carrera en el ajedrez, ganando por segunda vez el Campeonato Mundial Sénior. El 17 de noviembre de 2017 conquistó ese último título en Italia y ahora, exactamente 7 años después, se autoimpone este último reto para competir por última vez con los ajedrecistas más experimentados del mundo.
Así transcurren los días para Julio Ernesto Granda, en medio de sus labores de horticultor en el valle de Camaná y la enseñanza del ajedrez. Como señala el periodista y ajedrecista Leontxo García –con quien compartió una charla en el Hay Festival–, se trata de un caso excepcional y si algún productor de Hollywood lo descubriera, probablemente haría de su vida una película para el Oscar.
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