El Papa Francisco, y la Iglesia entera, en estos días tienen la mirada puesta en el Sínodo de los Obispos dedicado al tema “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.
En la sesión inaugural, el reciente 4 de octubre, el Papa Francisco explicó que “el Sínodo no es un parlamento donde para llegar a un consenso o a un acuerdo común se recurre a la negociación, al pacto o a los compromisos”. Y luego agregó que “el único método del Sínodo es abrirse al Espíritu Santo con coraje apostólico, con humildad evangélica con oración confiada para que Él nos guíe, nos ilumine y ponga ante nuestros ojos, no nuestros pareceres personales, sino la fe en Dios, la fidelidad al magisterio, el bien de la Iglesia y la salud de las almas”.
Luego de esta intervención, y sobre el mismo tema el Pontífice ha vuelto a pronunciarse varias veces. Por ejemplo, en la Audiencia General del último miércoles ha dicho, muy a su estilo coloquial, que “los hombres y mujeres de hoy necesitan una robusta inyección de espíritu de familia”. ¿Por qué? Porque “la naturaleza de las relaciones —civiles, económicas, jurídicas profesionales, de ciudadanía— parecen muy racionales, formales, organizadas, pero también muy ‘deshidratadas’, áridas, anónimas”.
Centralidad de la familia
Justamente —añadió el Santo Padre— “la familia abre para toda la sociedad una perspectiva mucho más humana: abre los ojos de los hijos a la vida, introduce la necesidad de los lazos de lealtad, de honestidad, de confianza, de cooperación, de respeto”, y además anima a construir un mundo habitable y a confiar en las relaciones interpersonales, incluso en condiciones difíciles.
A continuación, el Papa llamó la atención de que, a pesar de la vital importancia de la familia, “no se le da el peso que le corresponde, ni el reconocimiento, ni el apoyo, en la organización política y económica de la sociedad contemporánea”. Eso es lo que hay que cambiar, y el Sínodo busca contribuir con un granito de arena en esa recuperación del valor de la familia. Un valor tal que podría considerarse a la familia como un instrumento de Dios que nos “libera de las aguas malas del abandono y la indiferencia, donde se ahogan muchos seres humanos”. “Las familias —añadió Francisco— saben cuál es la dignidad de sentirse hijos y no esclavos o extranjeros”.
En otro momento, el Papa ha sido muy claro respecto de los temas que ciertos periodistas han presentado como polémicos. Dirigiéndose directamente a los obispos sinodales, en las primeras congregaciones generales, el Pontífice les dijo que “la asamblea precedente del sínodo no ha tocado la doctrina católica sobre el matrimonio” y que “no debemos dejar condicionar ni reducir nuestro horizonte de trabajo como si el único problema fuera el de la comunión a los divorciados vueltos a casar”.
¿Bandos opuestos?
En la sesión inaugural del Sínodo sobre la familia, el primer obispo en intervenir para expresar las motivaciones, sentimientos y expectativas de todos los participantes fue el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga. Él trazó un panorama de cómo los padres conciliares ven a la familia y los desafíos que ésta debe enfrentar. Primero ha descartado la mirada de polarización que ciertos medios le han dado a este encuentro.
“Nos entristece escuchar —dijo— cómo el mundo ha enfocado este Sínodo pensando que venimos como dos bandos opuestos a defender posiciones irreductibles”. Ante ello ha propuesto tener presente que “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.
Luego ha constatado que ni la Iglesia ni la familia son instituciones que se encuentren en vías de extinción, aunque estén “amenazadas y combatidas”. También aclaró que los obispos allí reunidos “tampoco venimos a llorar ni a lamentarnos por las dificultades”, por el contrario sí quieren y auguran “un nuevo día para las familias del mundo, creyentes o no creyentes, familias cansadas de las incertidumbres y dudas sembradas por diversas ideologías, como las de la deconstrucción, contradicciones culturales y sociales, fragilidad y soledad entre otras”.
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