Algunos intelectuales y artistas siguen repitiendo medias verdades que esconden cinismo y vergüenza. Así es como se ‘normaliza’ a los asesinos, creando falsos binomios y estableciendo inútiles comparaciones.
César Belan
Entre los círculos de izquierda, por lo menos desde los años 60, se planteó y se difundió un binomio muy útil en términos propagandísticos: Lenin bueno/Stalin malo. Frente a los horrores —inocultables ya— que había causado el régimen soviético (como el genocidio ucraniano y los asesinatos políticos que costaron la vida de más de cuatro millones de personas) siempre se tendió a endilgar la responsabilidad a Stalin, demonizándolo; a la vez que se creaba una imagen de un Lenin piadoso que había sido engañado e instrumentalizado por el Monstruo Georgiano.
Los que sostienen esta tesis se basan, esencialmente, en el testamento de Lenin: documento escrito por el líder comunista en sus últimos meses, y en el que progresivamente —porque el texto tiene múltiples adendas— se denuncia la personalidad cruel y tiránica de Stalin. Es a partir de estos textos, y echando mano a una gran dosis de libre interpretación, que se filmaron las únicas dos películas que versan sobre la vida de estos dos líderes: El tren de Lenin (1988) y Stalin (1992).
Las dos películas
La primera cinta, dedicada a Vladimir Ilich Ulianov, es una miniserie para televisión rodada en Italia. La producción ítalo-franco-alemana es dirigida por el afamado director Damiano Damiani. Solo por la tendencia de su realizador —militante comunista comprometido— podemos sospechar el tratamiento que hace de Lenin: complaciente hasta lindar con lo épico.
Son dignas de destacar, sin embargo, las escenas que ilustran el debate ideológico de los bolcheviques mientras se dirigían de Alemania a Rusia, en vísperas de la Revolución de Octubre. Remarcables serán además la actuación de Ben Kingsley y la música de Nicola Piovani.
La cinta, dedicada a Stalin, también es una miniserie para televisión producida por HBO y dirigida por Ivan Passer. La película, si bien pretende dar una imagen más fidedigna de este personaje, termina caricaturizándolo. A pesar de la estupenda actuación de Robert Duvall, quien encarna al dictador, el guión presenta a un Stalin grotesco y plano. Sin embargo, en donde reside su mayor equívoco es en su descripción de su relación con Lenin; haciendo de este último una víctima de la crueldad asesina de su sucesor.
Más allá de las películas mencionadas, la historiografía seria nos da una versión totalmente diferente de estos hechos. Jean Meyer, por ejemplo, afirma que Stalin fue el aprendiz más aprovechado de Lenin, y que sus atroces políticas de los años 30 fueron simplemente la implantación del modelo leninista a toda regla.
La verdad histórica
Sin embargo, más allá de las películas antes mencionadas, la historiografía seria nos da una versión totalmente diferente de estos hechos. Jean Meyer, por ejemplo, afirma que Stalin fue el aprendiz más aprovechado de Lenin, y que sus atroces políticas de los años 30 fueron simplemente la implantación del modelo leninista a toda regla: la violencia que había iniciado Lenin en su “guerra contra los campesinos” y la implantación del “comunismo de guerra”, de 1918. Paul Johnson, por su parte, refiere cómo Stalin fue la “creación” de un Lenin incapaz de aceptar ninguna idea que no fuera la suya. En su ambición de concentrar todo el poder en el partido, para luego acapararlo mediante una cúpula sometida a él, delegó a Stalin las tareas de supercomisario político para crear su maquinaria burocrática y del terror.
Refiere el historiador británico: “Lo que agradaba a Lenin con respecto a Stalin era, sin duda, su enorme capacidad para soportar las tareas tediosas tras un escritorio […]. En este sentido, Stalin manifestaba un apetito insaciable y, como parecía que no poseía ideas propias o más bien que adoptaba las de Lenin tan pronto le eran explicadas, este le fue dando cada vez más trabajos e injerencia en el poder a esta paciente y entusiasta bestia de carga”.
Koba, tal como llamaba Lenin a su discípulo amado, parece haber seguido incondicionalmente la voluntad de su maestro aun después de su muerte, y a pesar del breve distanciamiento que con él tuviera al final de su vida, cuando Lenin observaba que el imperio que había erigido se le escapaba de las manos para pasar a las de Stalin, por su partida inminente e irrevocable.
Sin embargo, no cabe ninguna comparación, más bien son cuantiosas las coincidencias entre Hitler, Lenin, Stalin, Mao y Mussolini. Fundamentalmente, todos ellos, además de socialistas, son genocidas atroces.
Ruido mediático…
Así pues, y a la luz de lo ya dicho, nos percatamos de cómo algunos intelectuales y artistas siguen repitiendo medias verdades que esconden cinismo y vergüenza. Así es como se ‘normaliza’ a los asesinos, creando falsos binomios y estableciendo inútiles comparaciones.
Es así como se quiere exculpar la barbarie comunista, creando un supuesto némesis aún peor, como es el fascismo. Aunque sabemos que el fascismo no es más que un tipo de comunismo, es decir, un nacionalsocialismo (para ello que baste recordar los orígenes socialistas de Mussolini, los elogios que Lenin le hiciera y los otros tantos que recibiera Hitler de parte de Stalin), la izquierda utiliza esa etiqueta para denunciar a sus enemigos.
Sin embargo, no cabe ninguna comparación, más bien son cuantiosas las coincidencias entre Hitler, Lenin, Stalin, Mao y Mussolini. Fundamentalmente, todos ellos, además de socialistas, son genocidas atroces. Son simplemente inaceptables, aunque sus corifeos traten de decirnos lo contrario. Ya Churchill lo decía en 1917: “Pretender legalizar el comunismo sería como legalizar la sodomía”. Lamentablemente, en estos tiempos todos los males están legalizados.
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