Gonzalo Flores-Castro
Docente investigador UCSP
El fenómeno Juego de tronos llegó a su fin y nos deja ideas para reflexionar. Más allá de las críticas —como el uso de escenas pornográficas o la violencia explícita—, creo que la serie tiene una complejidad que permite un diálogo abierto.
Podemos mencionar, por ejemplo, la necesidad mitológica de nuestra época. El mito es un discurso que proporciona una cosmovisión, da un sentido a la existencia. De acuerdo con el psicólogo Jordan Peterson, un mito se caracteriza porque permite hablar de él una y otra vez sin acabar de comprender su para qué, siendo así fuente inagotable de significado. Juego de tronos tiene esa característica debido a que George R. R. Martin la escribió sin estar seguro del fin de la trama o sus personajes.
Nuestra época se caracteriza por la pérdida de sentido, dando mayor valor a la técnica que a la sabiduría, a las ciencias que a la filosofía, a la economía que al logos. Una vida así no merece ser vivida, está vacía, no tiene norte.
Ahora bien, nuestra época se caracteriza por la pérdida de sentido, dando mayor valor a la técnica que a la sabiduría, a las ciencias que a la filosofía, a la economía que al logos. Una vida así no merece ser vivida, está vacía, no tiene norte. Por ello, la popularidad de la serie revela ese anhelo desatendido por el mundo moderno. Es el grito silencioso de una época que busca sentido a través de un programa dominical. Se reúnen amigos y familiares, en casas y bares, para compartir una experiencia religiosa en una misa pagana que dota de significado a su semana.
Podemos también ver la serie como una historia de redención. Según Martin: “[…] Lo que hace que cualquier ficción valga la pena leer es el hecho de que estás hablando de personas […]. Se trata de personas que intentan tomar decisiones sobre lo que es correcto y lo incorrecto, sobre cómo sobrevivir, preguntas sobre el bien y el mal”. Si bien la serie distingue estos planos, esto no es manifiesto en sus personajes. Ellos se encuentran en un conflicto que les impide discernir entre ambas dimensiones del espectro moral. Son complejos y no siempre toman la decisión correcta. Buscan consejo, pues no saben lo que deben hacer. Pero a pesar de todo, lo intentan una y otra vez, incluso a costa de su vida, buscando el bien común.
El hombre moderno se ve reflejado en esos personajes de ambivalencia moral. Anhela salir de la miseria que lo envuelve; pero solo intuye el bien, no lo conoce.
Haciendo comparaciones, el hombre moderno no es el de inicios del siglo XX, a quien J. R. R. Tolkien habla en El señor de los anillos. La mitología del escritor británico ofrece mayores distinciones y sus personajes son buenos o malos con mayor solvencia. Martin, en cambio, habla al hombre actual, un hombre confundido, licencioso y hedonista, pero inclinado hacia la virtud.
En ese sentido, el hombre moderno se ve reflejado en esos personajes de ambivalencia moral. Anhela salir de la miseria que lo envuelve; pero solo intuye el bien, no lo conoce. Así, cada hombre se muestra frágil y necesitado, pero esperanzado en que puede ser héroe, sacrificándose por los demás, buscando una sociedad en que valga la pena vivir.
Huyamos del nihilismo impuesto por la modernidad, en pos de ese sentido trascendente que nos mueve a liberarnos del sufrimiento en el que estamos.
Finalmente, entre las múltiples interpretaciones, me quedo con estas: la necesidad de una cosmovisión que dé sentido pleno a la realidad y otorgue significado a nuestra existencia; y nuestro profundo deseo de virtud, de redimirnos de nuestra indigencia existencial. Así pues, huyamos del nihilismo impuesto por la modernidad, en pos de ese sentido trascendente que nos mueve a liberarnos del sufrimiento en el que estamos.