Juan David Quiceno
Filósofo y docente de Humanidades – UCSP
Hace algunos días, después de los partidos de la selección peruana, aparecieron en las redes sociales una serie de memes del jugador de fútbol italo-peruano, Gianluca Lapadula, con la frase “no te merecemos”. Este jugador nacido en Italia, pero de ascendencia andina, mostró una serie de virtudes en el juego que la conciencia popular echa en falta.
La entrega, la lucha, la paciencia, las buenas decisiones y el compañerismo, han catapultado su imagen que nos recuerda los valores fundamentales del deporte y de la vida, y también nos echa en cara algunas de nuestras falencias como sociedad.
Esta imagen que proyectan los deportistas sobre los valores que perciben los hombres no es algo nuevo. Me atrevería a decir que más bien, es algo propiamente humano, es decir, en el juego el hombre ha reflejado siempre su carácter.
Históricamente el deporte —en general— no ha sido solo diversión, sino el espacio donde los hombres de virtud mostraban su heroicidad. Los griegos han dejado bastante claro este asunto al darles la antorcha olímpica a los mejores; aquellos merecedores de subir al olimpo de los dioses y de llevar el fuego que nos representa como especie.
En otras palabras, crearon las olimpiadas para que aparezcan en escena los dignos de imitar por su disciplina y capacidad de sacrificio. Quizás en la tradición contemporánea del deporte esto se ha perdido un poco, aunque nuestros anhelos humanos reclamen un poco más de una realidad que nos interpela en cuanto hombres y que refleja un poco nuestra identidad, y de la sociedad en la que desearíamos vivir.
¿Quiénes somos como sociedad?, ¿cómo entender mejor nuestras propias virtudes y carencias?, ¿cómo alcanzar aquello que aspiramos y que nos permitimos pensar que no merecemos?
Más personal aún, ¿quién soy y cuál es mi rol en este juego en equipo que es la vida?, ¿cómo quisiera aportar desde mi propia situación personal, social y cultural?
Son todas preguntas que nos hacemos como seres en la historia, pero además que se avivan ante la incertidumbre que nos causan los acontecimientos sanitarios, sociales y políticos en el mundo.
Quizás antes de solventar los problemas del mundo —que para algunos no tienen espera—, tenemos que entender mejor quiénes somos y cuáles son las dinámicas en las que se desenvuelve nuestra vida en el tiempo contemporáneo.
Convencidos de todo lo anterior, junto a un grupo de docentes hemos propuesto a las personas de a pie y a la academia universitaria, un diplomado de antropología cristiana.
Se trata de un programa centrado en la persona humana que puede ayudar a entender mejor la realidad del mundo. Un espacio para pensar críticamente la realidad del ser humano, guiados por grandes pensadores de la filosofía y la teología, y que han abordado con profundidad las preguntas fundamentales de la existencia.
Quisiéramos con este programa, que nuestra sociedad no solo desee merecer el sacrificio, el sentido de pertenencia y la entrega de algunos que consideramos mejores, sino que esas virtudes que anhela, se conviertan en su propio estado de vida. Dicho de otra forma, que no solo las anhele, sino que las viva. Quizás con muchos jugadores como Lapadula, el equipo, la sociedad, nuestros países y nuestro mundo serán mejores, más justos, más solidarios y más abiertos a la fe.
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