Viviendo de la carretera

Hace medio año, Francisca decidió instalar su carreta a un costado de la vía en Umapalca, para generar ingresos para ella y su esposo

Gabriel Centeno Andía

En medio de la carretera que une los distritos de Socabaya y Characato, en el sector de Umapalca, se encuentra Francisca, una mujer de 63 años que supo aprovechar cada oportunidad en su vida para salir adelante.

Antes del año 2020, ella vendía sus galletas, golosinas y demás productos, cerca al molino de Sabandía. Lo hizo buen tiempo, pese a la rivalidad que germinaba con otros vendedores ante el incremento de visitantes, “Al final me fui porque no quería problemas con nadie”, asegura.

Pero hace un año, logró mudarse a su casa propia, ubicada en Umapalca, por lo que dejó la vivienda que alquilaba cerca al molino y se vio obligada a buscar un nuevo lugar donde seguir con la venta de sus productos.

Así, en agosto del año pasado, llegó a este tramo de la carretera, donde la posibilidad de conseguir clientes no es recurrente; por este lugar, solo transitan vehículos, algunos ciclistas y hay más escombros de construcciones, perros y basura. “A veces tengo que juntarla y quemarla porque botan mucha basura”, sostiene.

Cada mañana, ella moviliza su pequeña carreta desde su casa hasta este punto de la vía. Su esposo, Celedonio, le ayuda a empujar la carreta blanca por casi medio kilómetro y lo hacen juntos en los últimos 100 metros, pues es una cuesta bastante pronunciada.

¿Por qué sigue trabajando?, le pregunto. “Mi esposo no trabaja porque se accidentó, necesitamos generar recursos para comer”, responde. Las ventas —definitivamente— no son las mejores y el clima no ayudó mucho las últimas semanas, pues la lluvia hizo que pronto deba retirarse.

Le pregunto si aceptaría algún tipo de ayuda para no exponerse tanto. “¡¿Quién me va a ayudar?!”, dice decepcionada. Hace algún tiempo, postuló al programa Pensión 65, pero en la evaluación la casa alquilada donde vive, tenía piso de concreto y fue rechazada.

En lo único que cree, es en ella y en su fortaleza para seguir trabajando, aunque confiesa que ya presenta algunas dolencias que procura atender a tiempo con un médico, pues de lo contrario no podrá salir a trabajar.

Así es Francisca, acostumbrada a trabajar de lunes a domingo, a las picaduras de mosquitos —aunque ya no tanto, porque la conocen— y a la indiferencia de las personas, pero también muy conversadora y, sobre todo, llena de esperanza en que las cosas cambiarán para bien. No importa el tiempo.

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