‘Chocolatín’ Torres: “Un buen boxeador tiene que ser un cholo recio”

La pandemia por poco lo noquea, pero sigue en el mundo del boxeo como entrenador

Juan Pablo Olivares

En un parque, al aire libre, Richard ‘Chocolatín’ Torres, da clases de boxeo a un grupo de empeñosos jóvenes que, vestidos con pantalones cortos y guantes, aprenden los movimientos y golpes básicos de este deporte. ¡Golpe recto!, ¡sube la guardia!, ordena Torres a sus pupilos una y otra vez.

Richard sostiene que pracricarlo, no solo consiste en dominar al rival, sino a uno mismo. “Se debe ir más allá del miedo y llegar a lo más profundo de uno”, aclara.

La naturaleza casi heroica del boxeo es algo innegable. El pugilismo es anticipación, un solo golpe puede acabar la pelea y convertir al responsable en una estrella deportiva.

“Este deporte te da valentía y atrevimiento. El que quiere practicarlo, tiene que analizarse a sí mismo y entrenar siempre. Un buen boxeador tiene que ser un ‘cholo recio’”, asegura.

Tiempos difíciles

Chocolatín ahora entrena en el parque, porque desde el inició de la pandemia del COVID-19, se quedó sin gimnasio y sin trabajo. Antes practicaba todos los días y por cuatro horas diarias en el recinto del estadio Melgar.

Desde entonces, el deportista tuvo que trabajar en construcción civil y serenazgo, y se vio obligado a mudarse a la granja de su padre, ubicada en pampa La Estrella, en el distrito de Uchumayo. Allí cría patos, gallinas y vende huevos, sobreviviendo a esta crisis.

“Al inicio la pasé muy mal, fue una situación extrema. Recuerdo que no había transporte y para ir a comprar a la plataforma comercial Avelino Cáceres, tenía que hacerlo a pie. Me demoraba seis horas en ir y venir”, recuerda.

Lo que se hereda, no se hurta

Chocolatín lleva en sus genes la pasión por el boxeo. Su padre es Víctor ‘Chocolate’ Torres, el más grande boxeador de Arequipa, campeón bolivariano en 1972 y latinoamericano en 1982. De pequeño, junto a su hermano y primos, ‘robaban’ los guantes de papá y se ponían a jugar. Tenía condiciones y fue su primo quien lo inscribió en el gimnasio de los hermanos Raúl y Rodolfo Lazo.

A los 14 años, destacó y fue campeón en torneos escolares e interbarrios; tiempo después, logró campeonatos nacionales. Se dedicó al boxeo por completo durante tres años y dejó los estudios. Su sueño era ser campeón mundial y lo más rudo posible. “Me alimentaba bien, tomaba dos litros de leche al día y comía bastante maíz”, rememora.

A los 17 años lo convocaron a la selección nacional. Viajó a Lima y entrenó con varios deportistas capitalinos y otros de provincia. De la mano del entrenador cubano, Juan ‘Moro’ Fernández, representó en tres oportunidades al país y salió campeón en una ocasión.

Sin embargo, ante la salida del entrenador Fernández, la falta de apoyo y marginación de las autoridades y compañeros, tomó la decisión de dejar el boxeo.

“No tenía ni para la comida. Debía ir a un comedor popular para poder almorzar, la pasé muy mal por falta de dinero. Eso me desanimó y los miembros viejos me aconsejaron que, mejor estudie”, cuenta.

Ingresó a la universidad como deportista destacado, estudió la carrera de Contabilidad y logró titularse, pero su pasión era el boxeo. El sueño de ser campeón mundial, siempre le rondaba la cabeza, aunque esta vez, lo intentaría desde el frente de entrenador.

En el año 2001, empezó a trabajar en el programa de Talentos Deportivos del Instituto Peruano del Deporte (IPD) y desde entonces, siempre buscó a pugilistas con condiciones y ganas de sobresalir. Encontró a muchos prospectos, pero la falta de apoyo al deportista, truncó toda posibilidad de seguir con ese proyecto.

Además, asegura que, para ser un gran boxeador, es fundamental mantener la humildad y sencillez, algo que lamentablemente, muchos de sus pupilos olvidaron una vez que empezaron ganar campeonatos y ser reconocidos.

Salir de la versión móvil