Un puñado de valientes: Sahara

La película tiene un guion sencillo pero cautivante.

César Belan

Imaginemos la arena. Arena inconmensurable que se extiende en el horizonte. Imaginemos el sol brillando sobre los despojos de máquinas y hombres. El olor a gasolina ardiendo y las breves humaredas destacando en el intenso azul del cielo. El silencio absoluto tan solo interrumpido por lejanas y débiles detonaciones y el rumor de algún motor sobre los aires. Los buitres, elevando sus desnudos cuellos, esperan el momento oportuno, mientras sus lívidas patas se posan seguras sobre lo que alguna vez fue una trinchera.

Imaginemos todo eso, pero sobre todo imaginemos la arena que, lentamente, borrando las cicatrices que las orugas de los tanques han dejado sobre el suelo, busca emparejar aquel paisaje milenario como si jamás algún hombre lo hubiera siquiera atravesado. La Campaña del Norte de África, en la Segunda Guerra Mundial, constituye uno de los episodios militares más apasionantes de la historia.

El derroche de ingenio militar de los más grandes estrategas de las últimas décadas (Erwin Rommel, Bernard Montgomery), y el heroísmo y total sacrificio de soldados de todos los rincones del mundo en una confrontación excepcionalmente respetuosa y humanitaria —si se tiene en cuenta las masacres y los crímenes contra la humanidad que se cometieron en otros frentes— darán cuenta de aquello.

Parece ser que las arenas del desierto desgastaron en algo la perversa máquina de matar que el totalitarismo —nazi o soviético— había puesto en funcionamiento, hasta dejarla quizás con-vertida en algo parecido a las viejas y solemnes guerras de antaño. La Campaña de África es también importante porque constituye el punto de quiebre de la hasta entonces imbatible ofensiva nazi.

Desde las primeras derrotas italianas en Libia —que forzaron a Hitler a comprometer a unidades del ejército alemán que hubieran sido determinantes en el frente oriental—, hasta el repliegue del Deutsche Afrika Korps, la guerra comenzó a ir cuesta arriba para los alemanes una vez que sus tropas llegaron al desierto.

Dar la vida

Más allá de todo lo ya dicho, una circunstancia adicional dotó de singularidad a este escenario: las muy variadas nacionalidades u orígenes de cuantos soldados combatieron y perdieron la vida en un paraje por el que no lucharía ni el más mísero de los árabes.

No solo italianos, alemanes y británicos lucharían en tierras libias, sino que a ellos se les unirían sudafricanos, indios, australianos —todos ellos parte del Imperio británico en aquella época—; también franceses que combatirían entre sí (los aliados de los alemanes, procedentes de la tristemente célebre República de Vichy; y aquellos acaudillados por De Gaulle que conformarían la Francia Libre); incluso polacos en el exilio y hasta norteamericanos dejarían sus cuerpos combatiendo en las primeras acciones de esta nación en la guerra.

La cinta

Precisamente Joe Gunn (Humphrey Bogart), un sargento de la Primera División Mecanizada Norteamericana, será el protagonista de una de las primeras y quizá la mejor película rodada acerca de la legendaria guerra del desierto: Sahara.

Filmada en 1943 –lo que equivale a decir poco más de un año desde los sucesos que relata– la cinta recrea las peripecias de tres tanquistas norteamericanos, quienes escapando de la derrota del ejército aliado en Libia, reúnen en su periplo por el desierto un singular cuerpo de sobrevivientes: varios soldados ingleses, un sudafricano, un sargento indígena sudanés, un miliciano francés, un prisionero italiano y un oficial alemán que corre la misma suerte.

Enemigos entre sí, diferentes entre sí; la desconfianza y la rivalidad asomará entre ellos amenazando gravemente la unión de la peculiar pandilla. Sin embargo, su desesperada búsqueda de agua obligará a que se lime cualquier aspereza. Así pues, volcados de lleno a la tarea de sobrevivir a cualquier precio, estarán dispuestos a dejar de lado sus diferencias por un objetivo mayor.

Con el tiempo cuajará entre ellos un clima de solidaridad y camaradería entrañable, aquella que apela a los más elementales principios de fraternidad entre los hombres, y que ninguna guerra llega a sepultar por completo. A pesar del infortunio y el sacrificio, este puñado de valientes –todos agazapados en el regazo de Lulubelle, tal como apodaron al tanque– logrará algo más que la supervivencia.

Este fiel y honesto testimonio de lo que ahora llamamos ‘multiculturalidad’ es presentado en el filme de Korda sin la sensiblería que desborda en películas más recientes, en las que el pathos de la guerra es sobreexplotado, haciendo de los combatientes un manojo de pusilánimes corroídos por sus interiores angustias.

En Sahara, el lirismo propio de las emociones y conflictos de los héroes brota humildemente —tal como la tan ansiada agua en los oasis africanos—, sin alterar y quizá resaltando así la gran épica que sirve como marco a la historia. Estimando este filme como muy recomendable, sobre todo para cuantos amamos el género bélico, hacemos la necesaria distinción entre la versión de Bogart y el flojo remake de 1995.

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