Geraldine Canasas Gutiérrez
Lo más cerca que estuvo Encuentro del comunismo fue la entrevista a Rosemary Sullivan, la biógrafa canadiense que desempolvó los recuerdos de Svetlana Iósifovna Stálina, hija del dictador y secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Josef Stalin. A continuación, un paseo por la vida de esta singular mujer.
Entonces, un día abres el New York Times, lees un obituario y te encuentras con la que sería una de tus biografías más leídas.
(Risas) Sí, y no era cualquier obituario. Recuerdo mucho que en cuanto lo leí llamé a mi editor y le dije que iba a escribir la biografía de Svetlana, y me dijo que tenía diez días para entregar un documento sólido de más de veinte hojas. Obviamente, no es cualquier personaje, aquí hay un rigor histórico que había que cuidar.
Una biografía es distinta a una novela; no solo hay que recopilar más datos, sino que estos deben ser contrastados con la realidad.
Para elaborar esta biografía, tuve que viajar muchísimo. Te recuerdo que Svetlana cambió siempre de domicilio porque buscaba respuestas a su vida, así que recorrió más de treinta países. Claro, yo no fui a todos, pero sí a varios en donde vivió e hizo amistades.
¿Sabes? A mí, lo que me encantó fue el tema formal. Te explico: primero mandé documentos de autorización —CIA, State Department, FBI—, y ese mundo diplomático es interesante, hurgar en esa información es fantástico.
¿La hija de Svetlana estaba al tanto de tu nuevo proyecto literario?
¡No! Recuerdo que recibí un email de Olga (hija de Svetlana), y me lo puso muy claro: “¡Para de escribir sobre mi madre!”. Obviamente ella no conocía mis trabajos y, claro, reaccionó muy mal; sin embargo, le envié una carta con mis libros, y al final accedió.
Nada como el propio trabajo para hablar bien de uno mismo (risas). Luego la visité, mi viaje en Rusia duró seis semanas: la escuela; el instituto; casas de tíos, primos, sobrinos y nietos; incluso varias autoridades.
Detállanos más tu travesía.
Conocer a la familia de Svetlana fue singular. Sus primos son tan amenos; sus sobrinos, divertidos; y todos, profesionales: abogados, pilotos, maestros, etc. Tienen mucho humor y, pese a que el nombre Stalin causó mucho revuelo en su entorno, no lo tienen vetado, hablan de él con respeto. Svetlana siempre decía: “Mi padre provocó muchas desgracias en nombre del poder, pero hay que entender que no solo es mi padre, sino mi padre dentro de un sistema”.
¿Hay algún político?
¡No! Eso sí lo tienen claro, ni poder ni política. Pero yo me asombro de algo: si tú hablas ahora con personas en Rusia, el 50 % de los rusos siente una admiración por Stalin; uno puede percibir por sus respuestas que la gente quiere tener entre sus gobernantes a un hombre fuerte.
Stalin padre
Un Stalin dictador y un Stalin padre de familia…
Te cuento que pude acceder a las cartas que se mandaban Svetlana y Stalin cuando esta decidió irse a otra ciudad a estudiar. El tono es tan distinto al del hombre que nos pinta la historia que resulta increíble creerlo; como padre e hija son muy cariñosos.
Cuando Svetlana desea estudiar y se lo propone a su padre, este no se opone y apoya a su hija. Desde entonces, ella reflejaba cierta sensibilidad y se inclinó por estudiar literatura. Stalin no se opuso, es cierto, pero en el fondo deseaba que su hija se incline por la política.
El libro refleja a una mujer que, a pesar de la adversidad, conserva el buen humor. Claramente, su obituario es muestra de ello.
(Risas) Debido a la vida que tenía y los diversos traumas que cargaba, intentó muchas veces suicidarse, pero incluso cuando quiso hacerlo en Londres, se dijo algo tan divertido que cambió de opinión y siguió adelante.
Me sorprendía ver que alguien atravesara por tantas tragedias y tenga tal sentido del humor, era su defensa contra todo. Sus amigos y su familia la recuerdan como una mujer divertida, llena de preguntas, sí, pero siempre con una sonrisa a flor de piel.
Esa búsqueda de respuestas, ¿por dónde la lleva?
Por diferentes lugares; seguir su rastro fue agotador. Por la información que tengo, puedo concluir que siempre buscaba algún tipo de espiritualidad y, aunque ella venía de una tradición católica ortodoxa, durante sus viajes buscó otras cosas, incluso pasó por el panteísmo. Valoraba sus espacios con la naturaleza. Al final, claro, ella muere siendo católica. Ahora, no quiero que se malinterprete, ella no huía, pero siempre buscaba algo, algo más que especial.
¿Cuándo encuentra todo lo que buscaba?
No sé si lo encuentra, pero en todo caso deja de buscarlo y eso pasa en el momento que ella misma describe, fue el más importante de su vida: la maternidad. Svetlana deja de culparse por todo, deja de huir de todo, reconoce que hay cosas que no están bajo su control.
Ser madre fue para ella la oportunidad de empezar una nueva vida y, claro, se cambió el nombre que le puso el padre y también el apellido. Con Olga nació también la nueva Svetlana Alliluyeva.
Mientras narras la historia, es difícil creer que te refieres a la hija de un dictador.
Sobre la vida de la familia de Stalin después de que cayera el régimen, se ha dicho mucho; quizá por esta razón muchos de los familiares decidieron quitarse el apellido y pasar desapercibidos. Svetlana lo hizo, pero incluso haciéndolo no notó que haya cambiado todo, el cambio lo logró a través de sus decisiones.
No continuó ni con la ideología de su padre ni con aquellos actos que le hicieran semejante a él. Le perdonó todo al padre, pero decidió apartarse de su recuerdo.
Quizá por ese alejamiento, nadie nunca supo dónde y cuándo murió.
Svetlana procuró desde siempre una vida tranquila para su familia y alejada de cualquier escándalo. Odiaba cualquier tema político o vinculado al poder, y es comprensible. Olga me contó que cuando murió, producto de un cáncer terminal, por voluntad de Svetlana hicieron una ceremonia en el mar y de pronto en las nubes se dibujó una mariposa tan clara que todos los presentes alcanzaron a verla, fue algo muy emotivo. Ella era una persona sensible y frágil, y pudo sobrevivir al recuerdo de su padre.
El dato
El 22 de noviembre del 2011, murió Svetlana Alilúyeva, en Wisconsin (Estados Unidos). El 28 de noviembre, su deceso se anunció en el diario The New York Times. El obituario tenía consignado el texto que ella misma escogió: “Uno no puede lamentar su destino, aunque yo lamento que mi madre no se haya casado con un carpintero”.