Ribeyro pariente

Julio Ramón es una especie de fotógrafo del alma limeña y universal.

Manuel Rodríguez Canales

Me sumo sin problemas al coro de admiradores irrestrictos de Julio Ramón Ribeyro. Y lo hago desde el lugar de los mozos, los cobradores, los empleados públicos, los que no tienen trabajo, los que han fracasado en todo eso que nos dicen que es el éxito.

Su obra y su vida no se distinguen. Todo lo que ha escrito tiene su cara, su flacura, su serenidad expectante y atenta, su profunda amabilidad y su capacidad de ser amigo.

Un comentarista me dijo alguna vez que yo estaba en algo así como “una época Ribeyro”. Tiene razón, pero es una época mucho más larga y más antigua de lo que imaginé. Como muchos limeños, crecí leyéndolo y en estos tiempos redescubro que Julio Ramón ha sido una especie de fotógrafo del alma limeña y, al mismo tiempo, universal, justamente por serlo.

Y por eso reconozco mis propios rasgos espirituales y psicológicos en casi todos sus cuentos. Como si ese hombre escuálido fuera un pariente directo. Y no exagero.

Ribeyro y la fe

Y bueno, como este espacio de “Leído para usted” intenta ser una mirada católica sobre la literatura y como yo mismo intento ser católico, me pregunté obviamente qué tendría que decir Ribeyro acerca de la fe cristiana, sea porque él lo dice, sea porque de lo que él dice se deduce, sea por lo que expresa en su literatura.

Primera advertencia: jamás trataría de hacerlo decir lo que no dice, es un hombre lleno de preguntas inteligentes y muy desconfiado de las respuestas fáciles o gregarias. Segunda advertencia: jamás haré teología ni dogmática de lo que se puede deducir de sus palabras; ni forzaré interpretaciones, sería una absoluta falta de respeto, muy poco cristiana por cierto. Tercera advertencia: jamás leería en sus cuentos lo que él no escribe, es un hombre absolutamente fiel a la literatura y sanamente distanciado del moralismo.

Alma cristiana

Con estas advertencias hechas es que me atrevo a decir que Ribeyro tiene alma cristiana por nacimiento, por familia y por formación. No fue practicante, pero sí respetuoso por razones muy humanas y bondadosas.

No fue anticlerical, pero criticó duramente esas alianzas tan peligrosas entre la Iglesia y el poder, que aparecen cada cierto tiempo. No fue hombre de compromisos con institución alguna, pero su individualismo estuvo siempre muy abierto a la amistad y al servicio del más necesitado. Sumarlo a una causa es insultarlo. A Ribeyro se le debe querer como es.

 

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