Don Gabriel, con todo respeto

Una crítica personal a Gabo y a su obra literaria.

José Manuel Rodríguez Canales

No hay novia fea ni muerto malo, por eso no es políticamente correcto ni caritativo ser crítico de un difunto, más aún si es célebre y reciente. Todo mi respeto y mis oraciones para don Gabriel García Márquez, y que de Dios goce.

Sin embargo, no es de tan mal gusto ser crítico de su obra, que es lo que nos deja. Debo decir sin ambages que nunca me gustó realmente García Márquez. Cien años de soledad es una construcción barroca y genial, pero en verdad no me gusta. No le encuentro la gracia y la he leído por lo menos tres veces. Perdón a todos los fanáticos. Me pasa lo mismo con Borges: no me gusta.

No me pasa (lo mismo) con Ribeyro, de quien me declaro incondicional; con Bryce en Un mundo para Julius; ni con Cortázar; ni con Sábato; ni con Miguel Ángel Asturias; ni con Alejo Carpentier en El siglo de las luces; ni con Vargas Llosa en Conversación en la catedral; ni con Juan Rulfo.

Un referente

Puedo reconocer la genialidad y el trabajo duro de un escritor. Puedo decir que efectivamente Gabriel García Márquez es un referente inevitable cuando se habla del tan mentado boom de la literatura latinoamericana, del realismo mágico y de lo real maravilloso.

Puedo incluso decir sin más que es un genio, pero no por eso tengo que decir que me gusta lo que escribe. Y si algo es importante de un texto literario es que a uno le guste. No me diga nadie que no lo entiendo y por eso no me gusta. Lo entiendo y por eso no me gusta. Aunque puede ser también que lo que entiendo no me gusta.

Me explicaré en la medida de lo posible. Es que a mí me gustan las novelas y los cuentos que me dejan algo fuerte, un sello en el alma. Lo que sea pero fuerte, interesante o recordable: asombro, asco, miedo, risa, alegría, edificación, pena o curiosidad.

Nada de eso me dejó Cien años de soledad. Alguien me preguntará por qué hablo solo de ese libro. Responderé que porque los demás son preludio (La hojarasca), o repetición (El coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la Mamá Grande, etc.), o ejercicios periodísticos ‘ficcionados’ (Crónica de una muerte anunciada, Historia de un secuestro, etc.), o memorias que nos cuentan sus procesos creativos (Vivir para contarla y Memorias de mis putas tristes).

Sé de los muchísimos reconocimientos y homenajes que se le hacen, e incluso me parecen merecidos, pero no me gusta tal vez la ligereza, el constante delirio por el folklore, por los aparecidos y la cosa seudorreligiosa. Es que no tiene más que eso. Meritorio y todo, pero solo eso. Perdón si alguien se ofende, es solo mi pobre opinión de lector.

 

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