¿Por el uso del sillar o por el color de la piel? ¿De dónde proviene esta denominación?
Víctor Condori
En el Perú, existe una historia paralela a la oficial, que circula como parte de la cultura popular y se halla plagada de mitos, leyendas y tradiciones, que muchas veces tienen muy poco que ver con la realidad.
Así, por ejemplo, se habla de una Lima colonial —capital del virreinato peruano, llamada Ciudad Jardín y no sé cuántas veces coronada villa— y de sus casonas señoriales, magníficos palacios, lujosos carruajes y enigmáticas ‘tapadas’.
Estos maravillosos relatos deleitan los oídos y estimulan nuestra imaginación. ¿Pero Lima fue realmente así? ¿Es correcta aquella imagen contemporánea del pasado? Al parecer no, al menos así lo testimonian algunos viajeros extranjeros, quienes luego de contemplarla no quedaron tan impresionados con su ‘belleza’.
En febrero de 1818, llegó al puerto del Callao el barco de la armada rusa Kamchatka, como parte de su periplo iniciado al otro lado del mundo. Su comandante, Vasilii M. Golovnin, visitó durante algunos días la ciudad de Lima y nos dejó una impresión de la capital bastante diferente de aquellos relatos ‘miliunanochescos’ de la tradición popular.
Afirmaba Golovnin: “Pensaba yo hallar en Lima una ciudad hermosa, pero grande fue mi desengaño al ver que no hay en el mundo una gran ciudad que tenga tan pobre apariencia”.
Las iglesias y los conventos de esta ciudad virreinal le parecieron grandes, espléndidos, pero decorados “con una multitud de columnas y relieves distribuidos sin ningún gusto”. Al llegar a una plaza grande y sucia, reaccionó desencantado: “¡Pero quién pudiera imaginar que este sitio tan desaseado fuera la plaza principal!”.
Sobre los tan elogiados coches y carrozas que recorrían las calles limeñas, señaló: “En toda mi vida he visto coches más cómicos, más sucios y más pobres que los de aquí”.
En resumen, la Ciudad de los Reyes, capital del virreinato peruano no impresionó a Golovnin, al menos no positivamente. Todo lo contrario, le pareció que sus edificios eran todos pobrísimos y que “ninguno de ellos merecía llamar la atención en una gran ciudad europea”.
Solo mitos
Los mitos creados sobre las grandezas pasadas son útiles para regocijar el imaginario colectivo, alimentar nuestros recuerdos, glorificar los tiempos idos y combatir las nostalgias. Pero al ser contrastados con la dura realidad de la historia, provocan una desazón, un malestar que se traduce en disgusto. Sin embargo, este mito limeño no fue una excepción, sino al parecer una norma y, en ese sentido, existen muchos otros en la historia del Perú.
El turno de Arequipa
Queremos detenernos en uno de ellos, perteneciente a la historia local, a la ciudad de Arequipa, la ‘muy noble y muy leal’, la ‘fidelísima’. Este mito está relacionado con su población durante la llamada colonia y los primeros años de la república. De la que tradicionalmente se dice que estuvo conformada por un gran número de españoles, blancos como el albo material del cual están hechos sus más vistosos edificios.
En este breve artículo trataremos de desentrañar tal creencia y buscaremos acercarnos al origen de su construcción.
Según el último censo colonial realizado en 1792, la provincia de Arequipa tenía una población de 37 630 habitantes. De ellos, el 60.8 % era considerado español; el cercado de la ciudad (hoy, el centro histórico) contaba con 22 030 habitantes, y de ellos, eran españoles el 71.4 %.
¿La ciudad más española?
Porcentualmente, el número de españoles en nuestra región y el cercado fue el más alto de todo el virreinato e incluso de Hispanoamérica.
Pero ¿español quería decir blanco? No necesariamente. Lo español a fines del período colonial implicaba una categoría social y no una condición racial, y ello se puede comprobar fácilmente leyendo los testimonios de algunos visitantes y viajeros, que arribaron a nuestra ciudad en las primeras décadas del siglo XIX, es decir, inmediatamente después de la independencia, como el alemán Heinrich Witt o los franceses Eugene de Sartiges y Flora Tristán.
Testimonios
Heinrich Witt, un alemán que visitó Arequipa en noviembre de 1824 y terminó radicando en nuestro país hasta su muerte en 1892, escribió un interesantísimo testimonio del Perú durante el siglo XIX, que fue recientemente publicado de manera completa (10 volúmenes) por la Editorial Brill (2016).
Refiriéndose a nuestra ciudad, Witt señaló al llegar: “Se me dijo que la población de Arequipa llegaba a alrededor de 30 000 personas, dentro de la cual, la proporción de gente realmente blanca es muy pequeña”.
Flora Tristán, célebre feminista francesa, radicó en nuestra ciudad algunos meses de 1834, estuvo alojada en casa de su tío paterno Juan Pío Tristán y Moscoso, antiguo general de los ejércitos españoles, último virrey del Perú y uno de los hombres más ricos de su tiempo. En relación con los habitantes de la ciudad, dice en sus Peregrinaciones de una paria: “La población de Arequipa, comprendiendo la de los arrabales se eleva a 30 o 40 000 almas, se puede considerar que se compone poco más o menos de una cuarta parte de blancos, otro tanto de negros o mestizos y la mitad de indios”.
Eugene de Sartiges, noble francés, al igual que su compatriota Flora Tristán, estuvo en la ciudad de Arequipa en 1834 y en alusión a las mujeres arequipeñas decía: “nada de extraordinario en su vestido, trajes de telas ligeras cortadas a la moda de París… [Tienen] la carne morena, pero de buen color, y los ojos negros”.
En resumidas cuentas, todos ellos afirman que se trató de una población mayoritariamente mestiza, y la población blanca era bastante reducida. Si efectivamente fue así, ¿por qué se la consideró española? y ¿cómo se llegó a dicha clasificación en los mencionados censos coloniales?
Continuará en la siguiente edición de Encuentro.