La última resistencia del sur del Perú

¿Qué ocurrió después de la Capitulación de Ayacucho en las ciudades del sur? Aquí un recuento histórico del desenlace final hasta el reconocimiento definitivo de la independencia.

Ignacio Álvarez Tomas (1787-1857), militar nacido en Arequipa en 1815, ocupó interinamente el cargo de director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Víctor Condori
Historiador

A mediados de diciembre de 1824, luego de conocer la infausta noticia de la derrota del ejército realista en la batalla de Ayacucho, el gobernador y presidente de la Audiencia del Cuzco, mariscal de campo Antonio María Álvarez, convocó a una reunión extraordinaria de corporaciones, autoridades y vecinos de la Ciudad Imperial a fin de adoptar las medidas más urgentes de cara al futuro del virreinato peruano.

Álvarez, era hijo del antiguo intendente de Arequipa, coronel Antonio Álvarez y Jiménez y hermano de quien fue director supremo del Río de la Plata, Ignacio Álvarez Thomas. Antes de ocupar la presidencia de Cuzco, Antonio María se había desempeñado como gobernador de Charcas y Potosí.

Algunas de las principales medidas adoptadas fueron: el nombramiento del arequipeño Juan Pío Tristán como nuevo virrey del Perú en remplazo del general La Serna; el envío de comunicaciones a otros jefes realistas en busca de su adhesión y apoyo, destacando los generales Pedro Antonio de Olañeta (en el Alto Perú) y Rafael Maroto (en Puno). Finalmente, el requerimiento a los señores Gobernadores e Intendentes de la región sur peruana, conminándoles a la conservación de sus respectivas provincias y el mantenimiento del orden.

Continuidad de la lucha

A partir de aquellas medidas, se entendía que las autoridades cusqueñas no solo tenían la intención de constituir un gobierno provisional para mantener —en la medida de lo posible— el orden y la tranquilidad al interior de las provincias sur andinas, también la de organizar un movimiento de resistencia contra el avance de los patriotas.

Con ese fin, Antonio María Álvarez concertó un plan bastante audaz: debían reunirse en la provincia de Lampa al norte del río Desaguadero, todos los restos de las fuerzas que aún quedaban dispersas en las ciudades de Cusco, Arequipa y Puno.

En la ciudad lacustre se hallaba acantonado un batallón de infantería de cerca de 300 plazas, mientras en el Cusco, una pequeña fuerza de 259 hombres y 151 caballos disponibles, y en la ciudad de Arequipa, tan solo 145 hombres y 100 caballos.

A este regular contingente buscaban sumar cerca de 1 000 soldados realistas, quienes habían escapado de las fuerzas patriotas después de la derrota de Ayacucho y según informaban algunos viajeros, “estaban caminando en dirección a la ciudad del Cuzco”.

Por otra parte, a pesar de que se rebelaron contra la autoridad del virrey La Serna, un año antes consideraron la posibilidad de obtener el apoyo militar del general Pedro Antonio de Olañeta, quien se hallaba al mando del ejército del Alto Perú compuesto por unos 4 000 soldados realistas. Con esta finalidad y desde la ciudad del Cuzco, se envió una comunicación secreta, solicitándole “se adelantara con la mayor parte de sus fuerzas hacia Desaguadero”.

Fin a los planes de resistencia

Lamentablemente, a pesar del mutismo desplegado por las autoridades reales con el objetivo de mantener entre las tropas —peruanas en su mayoría— el más absoluto secreto sobre el resultado adverso de la batalla de Ayacucho, tal noticia rebasaría el control y precaución de sus celosos jefes y en pocos días dicha noticia se extendería como reguero de pólvora por todo el sur del Perú.

Con ello se generaron pronunciamientos a favor del ejército libertador, deserciones masivas, saqueos de propiedades y hasta amenazas contra la vida de algunos oficiales del rey.

Así lo experimentaría el general Rafael Maroto, gobernador de la ciudad de Puno, que hizo frente a una sublevación armada el 27 de diciembre, pero al no controlarla se vio obligado a abandonar raudamente dicha plaza con dirección a la ciudad de Arequipa y con tanta prisa, “que no levantó la cosa más necesaria, más que los papeles de encima de la mesa y los que tenía a mano”.

Las tropas sublevadas en Puno procedieron ese mismo día a la liberación de todos los prisioneros patriotas que se hallaban recluidos en la isla Esteves, entre los que figuraba el general Rudecindo Alvarado, militar rioplatense que llegó al Perú en 1820 como parte de la expedición de San Martín. Tres días después de su liberación, el 30 de diciembre se juró la independencia en dicha ciudad.

De ese modo y en cuestión de pocos días, los planes de organizar una resistencia coordinada desde la ciudad del Cuzco reuniendo los restos del ejército realista, terminarían diluyéndose al igual que las esperanzas de sus promotores quienes por fuerza o necesidad, se vieron obligados a entregar los territorios bajo su mando, según lo acordado en la Capitulación de Ayacucho.

Llegada de Gamarra

Para colmo de males, hacia fines de 1824, diversas noticias anunciaban la llegada de una fuerte división patriota al mando del general Agustín Gamarra. Este militar (cusqueño de nacimiento) fue enviado desde el cuartel general de Huamanga el 12 de diciembre, con la misión de tomar el control político y militar de toda la región luego de ser investido con el cargo de prefecto del Cuzco.

Y así ocurrió, “El general Gamarra entró en la ciudad de Cusco el día de la natividad del Señor de 1824 y fue recibido con vivas y aclamaciones”, según narró el general Miller, que llegó pocas horas después. “La división peruana de La Mar se reunió el 30 y las de Colombia de Córdova y Lara llegaron pocos días después”, agrega el relato de Miller.

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