La jura de la independencia en la ciudad de Arequipa

Más de tres años después del 28 de julio de 1821, recién se reconoció la independencia peruana en la Ciudad Blanca

Francisco de Paula Otero (izquierda), nacido en Jujuy, fue el primer prefecto de Arequipa (1825). Juan Bautista de Lavalle (derecha), nacido en Lima, fue el último intendente de Arequipa (1816-1825)

Víctor Condori
Historiador

Después de la derrota realista en la Pampa de la Quinua el 9 de diciembre de 1824 y como parte de los acuerdos establecidos en la Capitulación de Ayacucho, que en su artículo 1° señalaba, “El territorio que guarnecen las tropas españolas en el Perú, será entregado a las armas del ejército libertador hasta el Desaguadero, con los parques, maestranza y todos los almacenes militares existentes”, el libertador Simón Bolívar nombró al coronel patriota Francisco de Paula Otero (nacido en Jujuy),  prefecto del nuevo departamento de Arequipa y junto a una pequeña escolta lo enviaría en dirección a su capital, la Ciudad Blanca, a fin de tomar posesión del flamante cargo.

La resistencia de los realistas

Para Otero, esta no sería una tarea sencilla debido a la obstinada resistencia que enfrentó a lo largo de su marcha hacia esta ciudad, de parte de algunos jefes realistas destacados en algunas provincias de la todavía Intendencia de Arequipa y que no habían participado en la batalla de Ayacucho.

Entre estos militares realistas, estaba el coronel Cayetano Aballe, quien se encontraba al mando de una compañía de infantería compuesta de más de un centenar de soldados y con la responsabilidad de vigilar y proteger los pueblos del partido de Caravelí ante cualquier incursión enemiga —llámese patriotas— desde las provincias de Lucanas y Parinacochas.

Precisamente, por aquellos días el coronel Aballe había recibido instrucciones superiores donde le ordenaban que, “de modo alguno deje pasar de este punto al coronel enemigo Otero ni menos ponga esta fuerza a sus órdenes”.

¿La razón? Hasta fines del mes de diciembre de 1824 las autoridades realistas de la ciudad de Arequipa, vale decir, el intendente Juan Bautista de Lavalle y el nuevo virrey Pío Tristán, no tendrían conocimiento del contenido oficial de las capitulaciones. Por tal motivo, ordenaron defender la Intendencia ante cualquier avance patriota, muy a pesar de las escasas fuerzas disponibles.

Frente a tan delicada situación y con el objetivo de facilitar el arribo del prefecto Otero a la ciudad, allanando cualquier obstáculo que se interponga en su camino, el libertador ordenó la inmediata salida desde el Cuzco, de la primera división del ejército gran colombiano compuesta de 3 500 soldados al mando del general venezolano Jacinto Lara. Al final, no hubo necesidad de hacer uso de tamaña fuerza.

Luego de conocer oficialmente los acuerdos de la referida capitulación, las autoridades realistas de Arequipa acordaron someterse a ella, posibilitando el arribo de los representantes de la patria y, sobre todo, se ordenó la desactivación y licenciamiento de las tropas destacadas en las provincias.

Las vicisitudes del nuevo gobierno

De esta manera a mediados del mes de enero de 1825, hacía su ingreso por las principales calles de la “muy noble y muy leal”, de la “fidelísima” ciudad de Arequipa, el coronel Francisco de Paula Otero acompañado de la División Lara, en medio de un ambiente marcado por el contraste, es decir, de algarabía entre algunos vecinos y de incertidumbre en la mayor parte de la población, incluyendo a los prominentes miembros del clero arequipeño, encabezados por el obispo José Sebastián de Goyeneche.

Si bien, entre las principales tareas a cumplir estuvo la de organizar de manera conveniente la jura de la independencia en toda la región, así como establecer las bases políticas para el funcionamiento de la nueva república, el ambiente no se presentaba muy propicio.

En primer lugar, porque la ciudad se encontraba en aquellos días amenazada por el desorden y anarquía derivada del accionar de numerosas bandas armadas, restos de tropas realistas licenciadas o amotinadas que sin destino fijo ni autoridad que las mande, deambulaban por algunos valles y pueblos cercanos a la capital, como Quilca, Majes y Siguas, dedicadas al robo de personas y propiedades.

En segundo lugar, por la continua aparición en la ciudad de decenas de oficiales y funcionarios realistas, acompañados de sus respectivas familias camino al puerto de Quilca, con el objetivo de embarcarse hacia la península en el primer navío disponible de bandera nacional o extranjera y muchas veces, teniendo que pagar precios de escándalo.

En tercer lugar, porque, una parte de la élite de la ciudad y los miembros de algunos cuerpos eclesiásticos mantuvieron hasta el final de la guerra, su simpatía y apoyo material hacia el fenecido régimen colonial y si bien, públicamente se habían comprometido aceptar el nuevo orden, no se esforzarían demasiado por ocultar su desaprobación hacia las nuevas autoridades y el rechazo al sistema de gobierno republicano.

Con respecto a este último caso y tratando de contrarrestar la influencia de los grupos más refractarios de la ciudad, el prefecto Otero estratégicamente buscó el apoyo político de los sectores liberales y progresistas de Arequipa, muchos de los cuales pertenecían a la Academia Lauretana de Ciencias, como los abogados José María Corbacho, que a la postre se convertiría en su secretario y asesor; Evaristo Gómez Sánchez, quien ocuparía la presidencia de la recién creada Corte Superior de Justicia; Manuel Ascencio Cuadros,  nombrado vocal de la referida Corte y el futuro Deán y cronista de las revoluciones, Juan Gualberto Valdivia.

Jura de la Independencia

Luego de superar la mayor parte de aquellos inconvenientes, el prefecto Otero publicó el 1 de febrero de 1825, un bando oficial donde se anunciaba la proclamación de la independencia para el día domingo 6 de febrero en la ciudad; el día 7 para todos los miembros del obispado y el 13 de febrero en las demás provincias del departamento. Para bien o para mal, Arequipa ya era parte de la República del Perú.

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