El general Gerónimo Valdés en la agonía del régimen virreinal

Después de la Capitulación de Ayacucho, este jefe realista, se convirtió por unas pocas semanas en el principal instigador de una aventura de resistencia

Mariscal de Campo, Gerónimo Valdés (1784-1855), fue uno de los más importantes militares del ejército realista en el Perú.

Víctor Condori
Historiador

Con frecuencia se ha señalado que, luego de la firma de la Capitulación de Ayacucho, el camino hacia la consolidación de la independencia en el sur del Perú, quedaría allanado y sus habitantes, otrora realistas, de manera interesada u oportuna reorientaron sus simpatías políticas en dirección al partido de la “libertad”, que defendía la patria. Esto a excepción por supuesto, del general disidente Pedro Antonio de Olañeta, quien, junto a 4000 soldados acantonados en el Alto Perú, luego de jurar lealtad a Fernando VII, optaría por el camino de la resistencia, osadía que terminó pagando con su vida en abril de 1825.

El general Valdés

Como ya señalamos en publicaciones anteriores, este no sería el único intento de resistencia en aquellas horas postreras. Por esos mismos días, las autoridades realistas del Cuzco consideraron llevar a cabo un temerario plan para reunir, aunque sin éxito, todas las fuerzas existentes en las intendencias sur peruanas.

Así también y de manera paralela, un alto oficial español, el mariscal de campo Gerónimo Valdés junto a otros oficiales derrotados en Ayacucho, buscaron secretamente entrar en contacto con diversas autoridades y partidas militares localizadas en las provincias de Arequipa, sobre todo, las que aún mantenían su fidelidad al rey.

Este militar, uno de los más brillantes y temidos del ejército realista, pese haber aceptado y firmado la Capitulación de Ayacucho y ser consciente de las consecuencias que podría generarle su contravención, se convirtió por unas pocas semanas en el principal instigador de una nueva aventura realista.

Durante algunas semanas y de manera temeraria, Valdés enviaría numerosas comunicaciones a diferentes destinatarios, como los comandantes de la provincia de Parinacochas y de la costa arequipeña, donde les ordenaba que, “se replieguen a Puno o embarcasen para Chiloé, antes de pactar con el enemigo”. Del mismo modo, mantuvo correspondencia privada, mientras duró en el cargo, con el recién nombrado virrey Pío Tristán, quien además era su compadre.

Los jefes disidentes

Entre los oficiales realistas, con los que el general Valdés mantuvo una correspondencia permanente, estuvieron el coronel Cayetano Aballe, jefe de una partida de soldados acantonados entre Arequipa y Huamanga y el comandante Juan Bautista de Arana. Este último se encontraba a cargo de un escuadrón de milicianos cuya área de operaciones se ubicaba entre las provincias de Caravelí y Ocoña. Precisamente, el 26 de diciembre (de 1824), el comandante Arana escribía a Valdés una comunicación donde le reiteraba abiertamente, su compromiso con la causa del rey.

“Aseguro a V. S. que por mi parte estoy dispuesto a los mayores sacrificios con los que pueda redundar en beneficio del Rey nuestro Señor y por lo tanto puede V. S. contar conmigo y con la parte del Escuadrón que puede conducir bien sea para unirnos al Señor General Olañeta o bien para marchar a Chiloé, según V. S. me insinúa y por lo tanto estaré pronto a su aviso”, relataba en esa ocasión.

Al igual como había ocurrido con las autoridades disidentes del Cuzco, las mayores esperanzas para la culminación de este audaz proyecto, recaerían en la capacidad de negociación e intermediación del virrey Juan Pío Tristán y Moscoso, dada su condición de amigo personal del general Olañeta, cuya fuerza militar (4000 soldados) era indispensable en el éxito de la referida empresa.

Desafortunadamente para los intereses de los oficiales realistas, a los pocos días de haber asumido el cargo, el virrey arequipeño comenzó a llevar adelante una agenda propia, dentro de la cual, al parecer, ya no estaba contemplada la posibilidad de continuación de ninguna guerra; contrariamente y de manera secreta, buscaría llegar a un acuerdo pacífico con los victoriosos jefes patriotas, es decir, Bolívar y Sucre. Dichos planes, serían descubiertos de manera casual, aunque no por ello, resultaría menos doloroso.

Cuando los oficiales españoles, se aproximaban al pueblo de Camaná, se cruzaron con un correo oficial proveniente de la ciudad de Arequipa, que llevaba numerosas comunicaciones, entre ellas, varias cartas del virrey Tristán. En una de ellas, don Pío felicitaba efusivamente al Libertador por su gran victoria en Ayacucho y se ponía a su disposición para cooperar con la causa de “Vuestra Excelencia”. No había más que hacer, la suerte estaba echada.

El fin de la aventura

Convencidos los oficiales disidentes de que, a esas alturas, todo esfuerzo resultaría en vano, optaron por la cooperación con las autoridades de la patria, en las tareas de desactivación, reducción y sometimiento de las tropas que se habían mantenido insubordinadas. En carta del 29 de diciembre, el coronel Cayetano Aballe, le manifestaba a Valdés, su disgusto por la situación.

“Debo decir a V. S. y supuesto a que nada útil se puede hacer ya en tan críticas circunstancias, especialmente, como V. S. también dice…obraré según el honor y las circunstancias me lo dicten, que será sucumbir cuando el malvado del general Tristán me lo ordene, si antes esta tropa, ya casi amotinada, no comete conmigo y con algunos otros, igualmente amantes del Rey”, narra la misiva.

Sentidas también resultarían las expresiones del comandante Juan Bautista de Arana en su carta enviada al general Valdés, con fecha 30 de diciembre, donde le manifestaba, “con el mayor sentimiento he recibido el oficio de V. S. fecha ayer, en el que se sirve advertirme que ya no puede tener efecto ninguno de los planes que tenía meditados para salvar las tropas de esta provincia”.

Así, mientras la mayor parte de oficiales realistas marchaban en dirección a su destino final —el puerto de Quilca para embarcarse a la península—, el general Valdés, haría un último esfuerzo, esta vez con el objetivo de proteger las vidas e integridad de los dos comandantes realistas frente a una posible represalia de las autoridades patriotas. Por tal motivo, solicitaría encarecidamente, al nuevo prefecto de Arequipa Francisco de Paula Otero, tener cierta consideración con tales oficiales y toda la ayuda que les pueda brindar.

Al final, aquellas consideraciones resultarían en vano. En febrero de 1825, el comandante Arana fue detenido y encarcelado de forma preventiva en el puerto de Pisco, por el jefe militar de aquella región el general Antonio Gutiérrez de la Fuente. ¿El motivo? La posibilidad que su presencia pueda “dar lugar a molestias” entre la población. Semanas después, sería remitido a Lima en condición de reo y debidamente escoltado.

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